5.
Frida y Gael emprendieron el camino de regreso. Se
dirigieron a un almacén en los suburbios donde podrían aprovisionarse de lo que
necesitarían para la misión. Ella aprovechó para cerrar los ojos mientras Gael guiaba
la nave dentro de la complicada maraña de pasadizos subterráneos. Entonces, se
comunicó por su transmisor de ondas alfa con el intermediario. Se acordaron los
términos y le dieron la información sobre el itinerario exacto del blanco en
los próximos días. Cuando la comunicación se interrumpió abrió los ojos y
sonrió.
–Creo que te vas a sentir muy a gusto con esta misión.
– ¿Qué pasó?
–Hablé con el contacto. Eli se va a pasar los próximos tres
días en el Casino de las Sibilas.
–El casino en las nubes, qué nivel.
–En el almacén encontraremos lo que necesitamos y algo más.
– ¿Qué?
–Un millón. En efectivo.
– ¿A cuenta de honorarios?
–Así es.
– ¿Qué nos impide huir?
– ¿Tengo que responder?
Tardaron un rato en llegar al almacén. Era un edificio de
fachada lisa y techo de chapa de poliuretano cubierto de polvo de carbón. Tenía
una enorme cortina metálica por puerta y algunas ventanas de acrílico reforzado
completamente pintadas de negro.
–Lindo lugar –señaló Gael al avistarlo, comentario que Frida
pasó totalmente por alto. Ella sacó su celular, marcó un código de cinco
números y la cortina comenzó a subir. Gael desaceleró y hizo una aproximación
lenta para darle tiempo al mecanismo de abrirse lo suficiente como para que el
vehículo pudiera ingresar sin problemas. Una vez adentro, encontró la dársena
de amarre y detuvo la nave. Mientras la persiana se cerraba, comenzaron a
caminar hacia la oficina que se veía en un rincón.
– ¿Tenemos que encontrarnos con alguien?
–Se supone que ya se fueron.
– ¿Tenés un arma?
–No, supongo que vos tampoco.
–Supones bien. ¿Qué querés hacer?
–Si es el agente no creo que haya problemas, si no, dudo que
podamos escapar.
–Vamos entonces.
Se acercaron a la puerta sin hacer ruido y miraron adentro.
Tomaron el coraje para dar el paso decisivo y entraron. Sobre una mesa, bajo la
luz del único farol que alumbraba la habitación, había una valija cerrada y un
sobre papel madera sellado con lacre. Se acercaron con cuidado y comprobaron
que no había trampas. Gael tomó el sobre y revisó el sello. Lo rompió y miró en
el interior del sobre. Una llave, una tarjeta y una invitación en un sobre
cerrado con una leyenda.
“Para Gael Núbil y Sra.”
–Nos casamos.
– ¿Sí? ¡Qué bueno!
– ¿Cómo sabían mi nombre?
–Ellos lo saben todo. Voy a abrir la valija.
Frida se colocó detrás de la maleta y trató en vano de
abrirla. Gael se acercó y le mostró la llave. La introdujo en la cerradura
magnética y los mecanismos se activaron. En menos de un instante se escuchó un
clic y la tapa de la valija comenzó a levantarse. Adentro, ordenados en
billetes de a cien denarios, el millón brillaba con fulgor propio. Se miraron
compartiendo una sonrisa.
Gael fue hasta su nave y buscó un morral azul que tenía en
la cajuela para cargarlo de dinero. Puso allí medio millón y luego sacó ochenta
mil denarios más que fueron a parar a la cartera de Frida. Era una coqueta
carterita de cuero ecológico camaleón, con una capacidad sorprendente para su
pequeño tamaño. El resto del dinero quedó en la maleta, la cual Gael guardó en
el portaequipajes del vehículo.
–Hora de llamar al Clan –dijo entonces Gael mientras buscaba
su celular en su bolsillo.
– ¿Para qué?
–Para pagarles. ¿Qué más?
–No nos apresuremos. Podemos llegar a necesitar ese dinero.
– ¿Para que querés tu dinero?
–Para pagar una cirugía.
– ¿De qué tipo?
–De la que me mantendrá con vida unos años más. Esta piel no
se regenera sola.
–Si vos querés pagar después, todo bien, pero yo quiero
sacarme de encima al Clan.
–OK. Deciles que vas al Casino a llevarles el dinero.
Después de todo, ellos son los dueños.
–Si les pago ahí levantaré sospechas.
– ¿Si pagás acá no? Aparte, ¿queremos que conozcan este
lugar?
Gael pensó un segundo y llegó a la conclusión de que Frida
tenía razón. –De acuerdo, esperamos. ¿Dónde estará el equipo?
–Sugiero que busquemos en aquellas cajas, parecen haber sido
puestas hace poco.
Fuera de la oficina se veían unas cajas apiladas cubiertas
por una lona vieja que no parecía tan sucia como las demás. En ellas
encontraron dos juegos de pistolas múltiples, con cañones de balas, láser y
dardos. En otra había municiones, baterías y un set para cargar los dardos con
diferentes sustancias. En una tercera caja había placas explosivas remotas y
por tiempo, mientras que en la última había un fusil con mira telescópica
digital infrarrojo con capacidad para disparar proyectiles explosivos de 30
milímetros. Cargaron todo en el compartimiento clandestino debajo de los
asientos del vehículo y se encaminaron al Casino de las Nubes.
Flotando a media milla de altura, sobre la capa de nubes
permanentes del planeta, el Casino de las Nubes era un satélite que se
desplazaba a altura constante dentro de la atmósfera. Era un complejo de hotel
y casino que brindaba al público el mejor entretenimiento de la galaxia. Juego,
espectáculos, prostitución y drogas. Todo convivía en armonía en aquel lugar.
Gael llegó desde el oriente para hospedarse en el ala de las
Mil y Una Noches, sector del Casino con ambientación del antiguo mundo árabe,
donde la discreción era lo más importante. Les dieron una suite con amarradero
propio, lo que les permitiría acceder a las armas ocultas en el vehículo sin
problemas.
Hicieron el amor entre las sábanas de seda que vestían un
colchón de aire caliente, ideal para relajar tensiones musculares. Luego se
dieron un baño de neutrones y bajaron al bar a tomar una copa. No les
sorprendió ver al hombre de traje rojo acercarse a ellos y sentarse a su mesa
mientras brindaban con una copa de vino rojo. Lo que sí les sorprendió fue que
en una muestra de total descortesía muriera allí mismo, sin decir palabra
alguna.
–Camarero –dijo Gael de inmediato–, por favor, llame al
gerente de inmediato.
– ¿Podría saber el motivo? –dijo el robot de turno.
–Dígale que hay un muerto en mi sopa.