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jueves, 27 de diciembre de 2012

ME DESPIDO DEL 2012.

Hoy, hace 43 años, mi madre me daba a luz. No fue un parto fácil. Un año antes, había perdido un embarazo y le habían diagnosticado un cáncer de mama. Mi madre decidió que su hijo era más importante que ella. Y por eso no recibió tratamiento médico para su enfermedad, porque el mismo ponía en riesgo mi vida, mi salud, mi integridad física. Eso, pese a las advertencias de los médicos sobre el peligro que ello implicaba para su vida.

En 1984 festejé mi último cumpleaños con ella. No recuerdo mucho de ese cumpleaños. Mis cumpleaños siempre pasaron inadvertidos. Nunca pude festejarlos con mis compañeros de colegio, porque todos ya se habían ido de vacaciones. Y una vez que pasó tu cumple, pasó tu cumple. Nada de andar festejando en abril algo que pasó en diciembre.

Pero es importante festejar. Una de mis hijas nació en los primeros días de febrero, mes tan malo en Argentina como diciembre, porque organizar el cumple con sus amigas requeriría hacerlas venir a todas de donde quiera que estén veraneando. Por eso, siempre le festejamos en otro momento. Este año fue en noviembre, otros ha sido en julio o en abril, pero siempre ha tenido su festejo.

Hace nada tuve un choque de con el auto. Fui embestido desde atrás por otro vehículo que venía, como decía un conocido mío, volando bajito. El auto quedo hecho trizas. Pero mi mujer, mis tres hijas y yo salimos caminando del siniestro. Al ver el auto dos días más tarde para sacarle fotos, me di cuenta de la entidad del daño y del milagro. Porque que saliéramos de esa lata retorcida caminando y por nuestros propios medios, fue un milagro.

Por eso, a mis 43 recién adquiridos, tengo muchos motivos para festejar. Porque el 2012 fue un año de reveses. A "La trampa del diablo", dos veces finalistas de certámenes internacionales, no la quiere agarrar nadie. Mi trabajo como abogado fue mucho, pero como esos años en que se trabaja de un modo intenso en la siembra y llega la sequía, los frutos fueron escasos. 

Pero estoy vivo, listo para seguir dando pelea. Con una novela que es extraordinaria y que, estoy seguro, cuando finalmente algún editor tenga el coraje de editarla, será un suceso similar a "Cien años de Soledad" o "La Sombra del Viento".

Nunca quise ser rico. Sólo quiero vivir de lo que me hace feliz. Ser abogado, hace tiempo, no me hace feliz. Escribir buenas historias, sí.

Me pareció apropiado despedirme de ustedes por este año en esta fecha y de esta manera. Hoy fui a visitar a una querida amiga para despedirme de ella hasta el 2013 y me enteré que estaba en el funeral de un familiar suyo. Le escribí una nota en la que puse "la vida es una suma de momentos, algunos son difíciles de tragar, otros se quedan para siempre en nuestras sonrisas." Les deseo a todos, para el 2013, que sus sonrisas se hagan cada vez más anchas.

Desde Buenos Aires, los abrazo.

Brian.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - Final


12.

Dedicaron los siguientes días a festejar su victoria. Durante ese mismo tiempo, las patrullas policiales recorrieron la planicie de Rowela y el laberinto de túneles que había bajo ella con la esperanza de encontrar algún rastro de los fugitivos, pero ni siquiera tuvieron suerte en hallar los restos de la patrulla destruida.
Entre copas disfrutaron de momentos sublimes de amor. Ellos no lo sabían aún, pero esa mutua complacencia dejó de ser sólo sexo para convertirse en amor. Él se preocupaba por ella, ella sólo pensaba en él. Y los dos sólo querían estar juntos.
Frida utilizó drogas para purgar las hormonas de su cuerpo. El bello facial cayó y pronto volvió a ser ella. Su piel comenzaba a mostrar señales de deterioro. Eran apenas perceptibles, pero allí estaban.
–Tenemos que irnos –dijo ella con voz sombría.
– ¿Qué ocurre?
–Necesito mi cirugía.
– ¿Cuándo?
–Pronto, o moriré.
–Vamos.
Subieron a la nave y partieron con todas sus cosas. Ropa nueva– gentileza de los contrabandistas–, peinados nuevos, maquillajes alucinantes y las armas escondidas bajo la ropa. El dinero, la razón de tanto problema, dividido en mitades en los morrales que cada uno cargaba.
El plan era sencillo. Abandonarían la nave en algún barrio marginal de la ciudad, tomarían el transporte público hacia el centro y allí conseguirían un pasaje a un transbordador que los llevara a la luna azul. De allí, a cualquier rincón del universo, cualquiera con un hospital respetable donde Frida pudiera hacerse el cambio de piel.
Salieron de las planicies de Rowela y aterrizaron cerca de la estación del barrio carbonero. Allí abandonaron la nave y caminaron a la estación de tren con sus lentes de contacto especiales. Pagaron la tarifa y abordaron el coche que se dirigía al centro de la ciudad.
Bajaron del tren en la estación central y caminaron hasta la salida. Muy cerca de allí, la plataforma de los transbordadores vigilaba la ciudad  desde doscientos metros de altura. Se accedía a ella a través de una serie de elevadores que estaban en el centro del edificio administrativo y comercial de la empresa de viajes galácticos que tenía la concesión del servicio de transbordadores a la Luna. Se deslizaron sobre la cinta transportadora que unía la estación con el edificio de la empresa de viajes y se detuvieron frente a una de las ventanillas de expendio. Pagaron en efectivo por dos boletos a la Luna en un camarote privado de primera clase y se dirigieron a la sección elevadores que los llevarían al área de embarque de la sección VIP, donde podrían esperar bebiendo una copa en un lujoso bar.
Pasaron las dos horas de espera entre copas, haciendo planes para los próximos meses. Viajarían al sistema de Beta Delphini, donde había una clínica especializada en implantes de piel sintética que atendería a las necesidades de Frida. En varios de los planetas de aquél sistema había hoteles flotantes con playas de radiación UV controlada y toda la diversión que una joven pareja podía querer.
Tras abordar fueron a su camarote y se encerraron. Hicieron el amor mientras el transporte aceleraba a dos mil kilómetros por hora, acabando en el momento que comenzaba el proceso de desaceleración. Se vistieron, brindaron con vino de rosas y se prepararon para aterrizar.
Todo había salido bien.
Al bajar del transbordador hicieron los controles migratorios de rigor e ingresaron a la Ciudad Lunar, un inmenso domo donde treinta mil almas vivían con la incertidumbre constante que causaba saber que en cualquier momento un meteorito podía estrellarse contra la coraza de acrílico y destruirla. Caminaron por la avenida principal buscando un hotel para pasar la noche. Gael entonces se inquietó. Al girar la cabeza notó que un hombre de lentes oscuras y bigote espeso lo miraba desde el otro lado de la calle.
–Tenemos problemas –susurró al oído de su amante.
– ¿Qué tipo de problemas? –respondió ella sin inmutarse.
–De los que quisiera evitar.
Ella apuró el paso mientras él se llevaba la mano a la cintura. Frente a ellos, una mujer de falda negra y camisa roja les apuntaba con una pistola. Un hombre de traje gris a rayas verdes se quitaba las gafas a su derecha. La mujer disparó una bala antes de que Gael pudiera verla, la que se incrustó en el hombro derecho de éste. Frida quiso desenfundar, pero fue alcanzada en el cuello por una segunda bala disparada por la dama que ya guardaba su arma en su cartera y desaparecía entre la multitud. El hombre de gafas y bigote y el del traje gris y verde se acercaron a los amantes que se abrazaban en la acera.
–Si esta fuera una película sería buen momento para que comience a llover –dijo el de traje gris y verde.
–Lástima que acá no llueve –agregó el otro–, creo que tienen algo que nos pertenece.
–Medio millón de cosas, para ser exactos –dijo el hombre del traje gris y verde.
Gael le entregó el morral que llevaba colgada a su espalda. –Ahí esta todo.
El de gafas levantó el morral, comprobó el contenido y los dos se marcharon. Ellos se levantaron y buscaron un callejón oculto. Allí examinaron sus heridas y comprobaron que eran leves. Las cauterizaron con un pequeño láser quirúrgico y se cambiaron la ropa. No podían andar por ahí con agujeros de bala y manchones de sangra.
Regresaron al puerto espacial y compraron un boleto para el siguiente vuelo al espacio profundo, el que partiría en pocas horas. El destino era uno que nunca habían considerado. La Tierra.
Quizá allí podrían estar a salvo.

martes, 18 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - episodio 11 de 12.


11.

–Qué mierda –dijo Gael mientras halaba el gatillo. El percutor activó el fulminante que encendió la carga de pólvora que ardió generando gases que hicieron que el proyectil se desprendiera del casquillo y recorriera el cañón del fusil girando sobre su eje y acelerando constantemente. Una vez en el aire, surcó el espacio que separaba al fusil de su víctima, dejando una estela de calor invisible a su paso. Quebró el cristal, atravesó el casco y abrió un orificio del tamaño de un durazno en el rostro del conductor del vehículo de la derecha. Un instante más tarde, la nave describió un bucle en el cielo, chocó con otra nave que estaba a su izquierda  y se fundieron en una enorme bola de fuego. Frida aceleró y salió del hangar con media docena de tiradores a sus espaldas que descargaban los cargadores de sus metralletas en el fuselaje reforzado del vehículo. Gael respondió con una andanada que los forzó a buscar refugio o morir. La nave bajó la nariz para acelerar y emprendió la retirada con tres vehículos a sus espaldas. Láser, munición gruesa, todo apuntaba a derribarlos. Gael los mantenía a raya, pero no podía derribarlos.
–Dame cinco segundos de vuelo estable –le rogó a Frida.
–Imposible.
–Tres segundos, dame tres segundos.
–Uno –comenzó a contar Frida mientras Gael estabilizaba el arma–, dos –dijo mientras su compañero fijaba el objetivo en la cabeza del conductor del medio –, ¡tres! –. El disparo tapó la voz de Frida. El proyectil dejó sin cabeza al conductor y el vehículo cayó como piedra.
–Y entonces fueron dos –profetizó Gael. Una andanada de doce milímetros sacudió la cola de la nave haciéndoles perder presión en las válvulas estabilizadoras de corriente. Frida bajó la nariz en busca de aire más espeso y pudo divisar el mar de sal. Sobre la superficie brillaban miles de cristales que descomponían la luz del sol en miles de arco iris que se cruzaban entre sí.
–Bajá más–alentó Gael.
–Es peligroso.
–Nada que ver, el aire es más pesado, va volar mejor.
–Pero no más rápido.
–Más rápido no nos sirve. Baja que te cubro –. Tres disparos contra el más cercano de sus perseguidores dieron en la caja magnetizadora, destrozando los mecanismos que le permitían a la nave flotar dentro de la atmósfera. La nave se incendió y explotó en el aire.
– ¿Cuántos más? –preguntó preocupada.
–Uno. En tres segundos más, ninguno –dicho lo cual, un rayo láser impactó en el cañón del rifle–. Mierda.
– ¿Mierda? ¿Qué pasó?
–Acelerá, nos quedamos sin artillería.
– ¡Mierda! –gritó Frida y aumentó la velocidad considerablemente a la vez que ejecutaba maniobras constantes para evitar ser un blanco fácil –. Decime hacia dónde.
–Vamos a las planicies de Rowela, capaz que podemos perderlos allí.
– ¿Los túneles?
–Acelerá –insistió Gael mientras sacaba su pistola del cinturón–, voy a tratar de frenarlos con el láser.
–Trate, hombre, trate.
Las descargas del arma apenas inquietaban el casco de la nave que con gran pericia los perseguía. Para cuando entraron en los laberínticos túneles subterráneos de la planicie de Rowela, las baterías de la pistola estaban agotadas y sólo cabía usar las limitadas balas de cinco milímetros para tratar de derribar al rival. Pero Gael tenía otros planes. Sacó un explosivo de su bolsillo y ajustó el reloj a dos segundos, lo arrojó hacia su perseguidor y le ordenó a Frida doblar en el siguiente ramal que se abría a la derecha. La bomba explotó frente al parabrisas de su perseguidor, haciéndole perder el control de vuelo por un instante fatal que lo hizo estrellarse contra la pared de la izquierda. Allí comenzó la sucesión de choques descontrolados que acabaron en una explosión.
Con la certeza de que habían huido, disminuyeron la velocidad para hacer su viaje más seguro.
–Qué sigue –dijo Gael.
–Huir de este planeta.
–Pero ahora no. Tenemos que esperar un par de días a que se te pase el efecto de esas hormonas. Y yo tengo que satisfacer mi morbo.
– ¿En serio te gusto así?
–Me gustás como sea.
–Qué le vamos a hacer, habrá que satisfacerte –dijo con un guiño. Gael le colocó la mano sobre el muslo de Frida y le dio las indicaciones para volver a la cueva. Se olvidaron de todo, del dinero, del Clan, de la policía. Sólo estaban ellos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - Episodio 10 de 12.

10.

El taxi flotó sobre la plataforma de acceso principal y depositó a Frida y Gael sobre el disco de acceso al casino. Allí mismo se los sometió a un examen de seguridad, requisito indispensable desde el atentado contra el alcalde para poder siquiera ingresar al casino. Al llegar al mostrador de admisión, alquilaron una suite pequeña, por una noche, pagándola en efectivo en el momento. Esta estaba ubicada sobre la corona exterior del casino, a la que se accedía a través de la escalera flotante. Del mostrador salió una tarjeta y un clon vestido de rojo se acercó a ellos para guiarlos hasta la habitación. Apenas ingresaron, fueron directo al minibar y se sirvieron un coñac. Tragaron la bebida sin respirar, para tratar de anestesiar la ansiedad que los estaba embargando.
–Entramos –dijo por fin Frida acariciándose el bigote.
–Estoy tan ansioso. Te cogería ya mismo.
– ¿Así? ¿Toda barbuda?
–No estaría nada mal probar que sensaciones nos trae.
–Resultaste bastante perverso, ¿no?
–Diría que en su justa medida –Gael recorrió el pecho fajado de Frida con sus dedos y se acercó a besarla. Ella lo rechazó, consciente de que no era el momento.
–Ahora no –le dijo cuando Gael insistió–, que tenemos cosas que hacer.
–Dale. Vamos a dar una vuelta por el casino para ver como está el clima.
Bajaron por las escaleras flotantes y recorrieron el gran salón del casino para comprobar que había más seguridad que lo habitual. No obstante, miles de personas se agolpaban en torno a las mesas con la vil esperanza de que la diosa fortuna les sonría alguna vez. Detectaron muchos miembros de la policía de civil con sus gafas negras, sus corbatas mal anudadas y cabello engrasado. En sus orejas se podía ver el minúsculo auricular con el cual recibían instrucciones de su control. Llevaban en la solapa del saco el micrófono para transmitir novedades. Debajo de la axila izquierda, como una joroba que desvió su camino, el bulto del arma era evidente.
El Clan tampoco estaba ausente. Estos tenían un aspecto menos solemne, pero también evidente. Una mujer de sombrero azul con velo incorporado se mantenía de pie en una zona elevada en la punta del salón con su mano apoyada sobre la cartera. Tres hombres de barba roja charlaban apoyados contra la barra del bar del lado norte sin desviar sus ojos del centro del casino. Un hombre de piel de serpiente caminaba por los pasillos de las tragamonedas como si tuviera un recorrido determinado.
–Si alguien se tira un pedo explota una guerra –dijo Gael.
–Qué fino –dijo Frida con indiferencia –. Qué te parece si nos vamos a la columna de ascensores.
–Antes vamos a jugar unas fichas al Black Jack.
– ¿Con qué dinero?
–Con los mil denarios en efectivo que tengo en el bolsillo.
–Los últimos mil que nos quedan.
–Pronto tendremos mucho más –dijo tomando a Frida del brazo para arrastrarla hasta la mesa de 21 más cercana a la columna de los ascensores de la torre principal. Frida ocupó el asiento del jugador y Gael se quedó de pie, detrás de ella, con una copa de ron que una camarera le acercó. El dinero se cambió por diez fichas de cien denarios cada uno y el tallador repartió a los cinco jugadores y a sí mismo una carta tapada y luego una dada vuelta. A Frida le tocó un tres de corazones, al cuál le tuvo confianza suficiente como para ponerle encima la mitad de sus fichas. Cuando llegó su turno, sin mirar la carta tapada, pidió otra. Un cinco de picas. Otra más. Un siete de diamante. Tres y Cinco suman ocho, más siete, quince. Se plantó. Cuando todos hubieron jugado el tallador, que tenía un nueve de trébol, dio vuelta su carta. Un As de diamante. Uno a uno, los jugadores destaparon su juego y, uno a uno, la banca les quitaba sus fichas, hasta llegar al tuno de Frida, que aún no conocía su carta tapada. Seis de corazones. Quince más seis, veintiuno. Ganador.
Durante media hora jugaron en esa mesa. A veces se ganaba, a veces se perdía, pero para cuando decidieron retirarse habían triplicado sus fichas. Felices por el éxito, pagaron una ronda a los presentes y dijeron que se iban a celebrar. Se encaminaron a los ascensores y esperaron junto a la pequeña multitud que también se dirigía a sus habitaciones. Tomaron un elevador del costado, uno que estaba atestado de gente, y pulsaron el botón del piso que estaba dos niveles por encima del de su suite. A su alrededor vieron todo tipo de caras. Mujeres sonrientes que habían conseguido la cita que pagaría el jornal de aquél día, hombres ansiosos por sacarse los pantalones y jugar con la carne que habían alquilado por un rato, ojos deprimidos por haber perdido las ganancias de los próximos tres años, cuerpos cargados en exceso de alcohol que apenas podían mantenerse en pie.
Entre tanta gente, Gael distinguió a uno de los tres hombres de barba roja. Junto a él, la mujer del sombrero azul escuchaba lo que el barbado le decía al oído. Ella giró la cabeza, se encontró con la mirada de Gael y sonrió.
Apenas descendieron se encaminaron a la escalera mas alejada, la que estaba del lado de su suite. Los del Clan habían bajado tres pisos antes, probablemente para subir el último piso y cortarles el camino. Sacaron sus pistolas, con cargadores llenos y baterías nuevas de láser, y corrieron escaleras abajo. Allí estaba el hombre de barba roja, con su arma en la mano, listo para matarlos. Disparó sin apuntar demasiado y falló. Gael le dio en la rodilla con el láser y una bala de Frida le entró por las costillas flotantes del lado derecho. El del clan cayó al suelo y un segundo haz de láser le perforó el cuello. Aún se sacudía cuando llegaron a su lado. Gael le apuntó a la frente y lo remató.
Del otro lado de la puerta, el infierno los esperaba. Frida sacó una placa explosiva, la programó a tres segundos y la arrojó hacia el pasillo. La explosión generó una reacción de fuego graneado que delató las posiciones de los guardias. Una segunda carga fue más efectiva y les permitió abrirse paso hacia la suite que estaba a sólo tres puertas de la escalera. La mujer del sombrero azul, con un trozo de pared atravesándole la cara, caminaba vacilante hacia ellos. Frida no dudó en atravesarle el pecho con dos balas mientras Gael repelía a los que llegaban del otro lado. Abrieron la puerta de la suite y la cerraron de inmediato, la cual estaba patas para arriba. Plantaron explosivos con sensores de movimiento y corrieron hacia el hangar, el cual aún seguía intacto. La nave en su lugar y la cerradura magnética sin alterar. Al entrar, comprobaron que el millón y el fusil con mira telescópica aún seguían en su lugar.
Afuera, los lobos acechaban.
– ¿Manejas o disparas? –preguntó Gael con el fusil en la mano.
–Te ves bien con ese rifle –respondió Frida –, sería una pena que tuvieras que dejarlo para ocuparte de los controles de la nave.

Subieron al vehículo y lo desengancharon. Gael se puso el fusil al hombro y respiró hondo mientras la luz comenzaba a filtrarse lentamente por la rendija que se convertía en entrada. Del otro lado estaban las tres siluetas que querían matarlos. Una bomba abrió la puerta de la suite y un ejército de policías uniformados con equipo de combate irrumpieron en la habitación, activando los explosivos plantados en la suite. Las compuertas se abrieron. Frida aceleró, Gael apuntó el fusil hacia los que esperaban afuera. Entonces, el infierno se desató.

viernes, 14 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 9 de 12


9.

Comieron, bebieron y se sentaron a fumar unos cigarros de puro tabaco importado de las lunas de Saturno. A medida que el aroma dulzón y embriagador se apoderó de la habitación, Gael y Frida sintieron que podían volver a pensar con claridad. Especularon sobre la conveniencia de salir de su escondite en ese momento y convinieron que, más allá de la necesidad imperiosa de dinero que ambos tenían, sería imprudente salir de inmediato. No había duda que aquellos que más se habían beneficiado con los eventos ocurridos en aquel cuarto iban a mostrarse pronto. Podía ser el Ministro Zamudio, o el Secretario Zagreb, o el Clan.
Las noticias eran reflejo del infierno. Acusaciones cruzadas, ataques solapados, argumentación vacía, actos de demagogia, demostraciones de fuerza, presiones debajo del mostrador, negociados ocultos. Todas estas armas se blandían sin complejos frente al público mientras que los analistas políticos especulaban, una prostituta devenida en diva manifestaba su dolor por lo sucedido, artistas, intelectuales y fantoches hacían sus actos de presencia para no perder notoriedad. Y en el medio de la nada, Gael y Frida sudaban la gota gorda.
–Yo digo que llamemos al Clan –sentenció Gael mientras apagaba su cigarro.
– ¿Para qué?
–En el cuarto quedó el morral, con el dinero que les debo.
– ¿Entonces?
–Les pedimos salvoconducto para ir al hotel y de paso les pagamos.
–Y nos llevamos la otra mitad del millón.
–Y desaparecemos.
–O se quedan con el dinero y nos entregan a cambio de la recompensa.
– ¿Qué recompensa?
–La que seguro van a dar por nuestras cabezas.
El silencio se apoderó de la habitación. Gael se levantó y se sirvió un vaso de ron. Lo bebió despacio, con los ojos cerrados, con la mente perdida en un recuerdo. Frida fue al cuarto de baño y se lavó la cara. Se bajó la ropa interior con la intención de descargarse, pero tenía el cuerpo cerrado, nada podía entrar ni salir. Ni siquiera una lágrima. Gael se dio vuelta y la miró con detenimiento. La falda levantada, las bragas por las rodillas y el rostro cubierto por sus manos. Sintió pudor por ella y desvió la mirada. Se vio en un espejo y decidió que era hora de otro cambio. Buscó su kit higiénico y comenzó a rasurarse la cabeza. Luego comenzó a depilarse el rostro. El láser atacaba los bulbos pilosos y acababa con las células que generan el crecimiento del cabello. Durante varios minutos recorrió su rostro con el láser, primero los pómulos, luego la papada y finalmente el mentón. Dejó a salvo sólo el espacio del bigote. Frida salió del baño con los ojos enrojecidos por el llanto, lo que no le impidió soltar una pequeña risotada cuando vio el cambio ocurrido en Gael.
– ¿Qué pasa? ¿Te gusto? –fue la reacción inmediata.
–La verdad que te prefería con pelo. ¿Te depilaste ahí arriba también?
–No, ni la melena ni el bigote. Del resto puedo prescindir.
–A mí no me vendría mal un cambio. ¿Habrá hormonas?
–Las que guste.
Frida revisó el inventario y decidió el curso a seguir. Se vendó los senos, se inyectó una dosis de hormonas masculinas y se colocó la crema para el crecimiento del bello facial. En menos de una hora su rostro estaba poblado de cabello que rasuró para dejar sólo una sombra en las mejillas. Se dejó un candado corto alrededor de su boca y se cortó el cabello muy corto, apenas unos milímetros de largo. Luego utilizó su cepillo para teñirse cabeza, bigote y barba de un tono de dorado intenso. La ingesta de unos aminoácidos le dieron algo más de volumen corporal y un tatuaje de una calavera negra en la mano completó el cuadro.
–Qué tal.
–Perfecto. Falta un detalle. Probatelos.
Gael le entregó unas lentes de contacto que servían para esconder el iris de los identificadores que existen en todas partes. Al escanear el ojo la computadora confundía al usuario con otra persona, alguien sin antecedentes y que, por lo tanto, no era buscado por la policía.
– ¿Vamos?
–Vamos.
Subieron al vehículo y lo usaron para llegar a los suburbios. Allí lo abandonaron y buscaron un taxi para ir hasta el casino. Mientras el transporte se elevaba hacia las nubes Gael y Frida se tomaban de la mano. Tenían que jugar el as que guardaban en la manga, el último.

jueves, 13 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - episodio 8 de 12


8.

Apenas llegaron a la cueva, Gael se ocupó de limpiar, curar y vendar la herida de Frida. Tenía un feo aspecto, pero no era grave. Primero utilizó un desinfectante en aerosol, luego untó la herida con un complejo proteico que en pocos minutos regeneró los tejidos dañados.
Mientras Frida preparaba unas albóndigas de cordero en salsa y arroz rosado de Wafelia, Gael abrió una botella de champagne y sirvió dos copas. Frida aceptó la bebida, pero lo echó de la cocina por ser un factor de distracción muy importante al momento de demostrar su arte culinario. Gael se fue a ver televisión al dormitorio, tirado sobre la cama, mientras sorbía el líquido azul. Todo volvió a revolverse en su interior cuando vio en el televisor de pared la habitación en la cual minutos antes habían irrumpido con violencia. El rostro deforme de Eli, con sus ojos abiertos y las manchas de sangre seca en la cabeza, aparecía junto a otro tan notable como el del blanco.
–El Alcalde Stavros –dijo la cronista– también resultó muerto. Aún se trata de establecer si el blanco fue el Alcalde o el empresario.
– ¡Frida! –gritó alterado – ¡Frida!
– ¿Qué pasa? –preguntó mientras se acercaba por el pasillo.
–Mirá –dijo él señalando la pantalla–, la cagamos.
Frida reconoció de inmediato el rostro sin vida de su empleador en la pantalla. –Esto no puede ser –se atrevió a murmurar.
– ¿Cómo pudo pasar?
–Nunca pensé que Stavros podía estar allí, ¿por qué? Si lo quería muerto, si sabía...
–No lo quería muerto, eso es evidente.
–Por qué.
–Porque de otro modo no hubiera estado jugando al póquer con él. ¿Quién era tu contacto?
–Un hombre del Servicio Secreto.
–Somos unos imbéciles. Tenemos que volver al hotel.
– ¿Estás loco?
–El dinero. El millón.
–Está en nuestra suite.
–Dudo que nos paguen el resto.
–Nos van a matar.
–Ante todo calma. Vamos a volver y a recuperar el dinero. Luego desaparecemos.
– ¿Adónde?
–Lejos, donde sea.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - Episodio 7 de 12


7.

–Entonces subimos, matamos a los guardias, entramos a la suite, matamos a todos y listo.
Gael asintió en silencio.
–Me parece complicado.
–Sí, es complicado, pero no tenemos otra. Si pudiera meter una bomba como metimos al explorador, lo haría. Pero no hay forma de hacerlo.
– ¿Cuándo lo hacemos?
–Ya. Vamos.
Gael fue hasta el vehículo y buscó las armas en el compartimiento secreto debajo de los asientos. Volvió con Frida, que se estaba cambiando a un traje enterizo de vinilo negro que la convertía en una belleza fatal. De su cartera sacó un cepillo colorista, ajustó los parámetros y comenzó a peinarse. Con cada cepillada, el color de su cabello iba cambiando paulatinamente al color deseado. Gael aprovechó para colocarse un traje de seda gris oscuro y lentes negros. Se ató la melena en una cola de caballo y colocó una crema en su rostro para que le creciera el bigote y la barba. El vello facial aceleró mil veces el ritmo de su crecimiento y en pocos minutos tuvo el rostro escondido detrás de una barba de tres meses.
–No te queda nada mal la barba.
–Lo sé, por eso no me hice la depilación definitiva, cada tanto tiene su onda usarla –dijo mientras se pasaba la mano por la barba. Buceó en la bolsa del armamento y se colocó las pistolas en las fundas sobaqueras que llevaba debajo del saco. Se puso un cinto magnético y en su extensión pegó media docena de cargadores de munición y cuatro baterías para el láser. Frida rellenó media docena de dardos con una toxina paralizante y los cargó a una de las armas. La otra la cargó con munición común y colocó en su carterita diez cargadores y seis baterías. También guardó algunas de las placas explosivas en su bolso por si necesitaban abrirse paso de otra manera.
Salieron de la habitación y caminaron con calma hacia los elevadores. La mujer alta estaba allí enfundada en un vestido transparente que dejaba a la vista sus partes íntimas. Gael distrajo sus ojos con el trasero esculpido de la mujer, motivo por el cual no notó que tenía un arma injertada en la mano. Para su fortuna, Frida había estado menos atenta a las curvas y más suspicaz hacia la coincidente presencia de aquella mujer en el pasillo. Para cuando el arma de la gigante estuvo frente al rostro de Gael, Frida ya había disparado un dardo contra el cuello de la asesina. La mujer comenzó a luchar con las toxinas para recuperar el control de su cuerpo y así accionar el gatillo contra su blanco, pero todo esfuerzo era inútil. Gael la tomó de las axilas y la arrastró hacia un closet de servicio que estaba a pocos pasos. Allí la introdujo después de preguntarle para quién trabajaba, pero ella se rehusó a responder.
–En dos minutos eso te llega al corazón. Eso te va a matar. Aún no es tarde para el antídoto.
–Morite, imbécil.
–Como quieras, vos primero –dijo y le cerró la puerta en la cara.
La puerta del elevador se abrió y subieron. Adentro había una pareja que se besaba con pasión, un hombre que se apoyaba contra su amigo para no caerse de la borrachera y un hombre de traje negro y camisa blanca. Nueve pisos más arriba bajó el borracho y veinte pisos más allá fue el turno a la pareja. Gael miró fijo al hombre de negro, convencido que era del Clan, pero éste no se inmutó y bajó en el piso doscientos nueve. Apenas se cerró la puerta Gael introdujo la tarjeta en la ranura debajo del panel de botones y el elevador comenzó a acelerar para detenerse en el piso superior. Gael y Frida desenfundaron y esperaron a que se abriera la puerta. El tiroteo fue corto. Gael derribó con láser a los dos de la derecha, acertándoles a ambos entre los ojos, mientras que Frida utilizó los dardos con uno y balas con el otro. Los cuatro guardias cayeron muertos sin disparar una sola vez. Enseguida Frida introdujo el código y la puerta de la suite se destrabó. Sin que ésta se abriera, las balas disparadas por dos ametralladoras comenzaron a volar por el pasillo. Detrás de una pared holográfica se escondía un grupo de refuerzo que ahora disparaba desde la derecha. Con el pecho clavado en el suelo, contestaron el fuego a ciegas. Frida buscó en su bolso uno de los explosivos, fijó el reloj en cuatro segundos y arrojó la bomba al otro lado de la pared. La explosión acabó con los soldados y con el dispositivo holográfico que los escondía.
Entraron al cuarto para encontrarse con más guardias escondidos en puntos estratégicos. Gael le acertó al primero, Frida derribó a un segundo y el tercero se replegó al cuarto de juegos. Otro de los explosivos voló la puerta y las balas se ocuparon de todos los presentes. Amir Eli yacía en el suelo entre fichas, naipes y la sangre de sus amigos. Aún respiraba.
–Gentileza de Stavros –dijo Frida y de inmediato disparó contra el rostro del blanco.
Regresaron corriendo a los ascensores y se introdujeron en el mismo que los había llevado hasta allí. Bajaron cinco pisos para salir al pasillo y tomar la escalera de servicio. Seis pisos más abajo se encontraron con los clones de rojo subiendo las escaleras armados hasta los dientes. Salieron al pasillo y volaron la puerta de una suite. Una mujer se desnudaba sensualmente frente a un auditorio de hombres descontrolados. Gael les apuntó con el arma y les ordenó que les dieran las llaves de uno de los vehículos detenidos en la dársena privada. Les entregaron las llaves de todos, sin excepción. En el hangar había seis unidades modernas y en perfecto estado, Eligieron una al azar y despegaron de inmediato con destino a las planicies desérticas de Rowela. Al constatar que nadie los seguía, se relajaron y se felicitaron por un trabajo bien hecho.
– ¿Estás bien? –preguntó Gael al notar que Frida se tocaba el brazo.
–No es nada. Pasó de largo sin tocar el hueso. Supongo que en las cuevas podrás arreglarme.
–Primero te arreglo, después abro un champagne y festejamos. ¿Te parece?
–Me parece.

martes, 11 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 6 de 12.


6.

El gerente se presentó minutos más tarde con un séquito que se afanaba en tomar nota de la situación y efectuar conjeturas sobre los posibles pasos a seguir. Sin mucho preludio, el hombre del traje rojo fue embolsado y sacado del bar. Varios robots de maestranza limpiaron rastros de sangre, vidrios rotos y astillas de madera. Les cambiaron la mesa por otra y les repusieron las bebidas.
–Lamentamos este infortunado incidente, lo que consuman hoy irá por cuenta de la casa.
– ¿Qué van a hacer con el paquete? –inquirió Gael.
–En minutos más será lanzado a las tolvas que utilizamos para triturar residuos. ¿Por qué?
–Curiosidad. ¿Siempre se deshacen de sus huéspedes de esta forma?
–Oh, ese no era un huésped.
– ¿No?
–No, era un clon, los usamos para seguridad. Si alguien los mata, nadie lo lamenta.
–Claro, entiendo. ¿No les preocupa que lo hayan matado?
–En lo más mínimo. Tenemos muchos.
El gerente se retiró y Gael tomó su copa con nerviosismo.
–Qué te pasa – preguntó Frida.
–No sé, es todo muy raro.
– ¿Lo del clon?
–Sí, ¿le creíste?
– ¿Importa?
–La verdad que no. ¿Cómo vamos a ubicar al abuelo?
Frida sonrió ante la ocurrencia. –Tengo un explorador.
– ¿Sí? Dónde.
–En mi cartera –dijo dándole una palmada al bolso–. Aprovechemos que la cosa va por cuenta de la casa y pidamos algo bueno.
–No seas avara, tenemos dinero, se siente mejor cuando se paga.
– ¿Sí? ¿Sos de usar prostitutas?
–A mucha honra, ¿qué tenés contra ellas?
–Nada, era un chiste.
–Me refería a que lo gratuito tiene gusto a caridad.
–A mí me gustan las cosas caras –dijo Frida–, más todavía cuando no tengo que pagarlas.
–Mejor vamos, quiero liquidar el negocio lo antes posible.
–De acuerdo –dijo mientras se levantaba–, vamos.
Salieron del bar y caminaron el largo pasillo bordeado por filas de máquinas tragamonedas que llevaban al núcleo de elevadores. Cientos de personas con grandes vasos de cartón llenos de monedas de a un denario accionaban las palancas con una sincronización y un ritmo sorprendente. Pero no eran los jugadores compulsivos los únicos en el salón. Los ojos del Clan vigilaron a la pareja que se paseaba con gracia sobre la alfombra verde.
Subieron a una cabina atestada y tuvieron que hacer unas quince paradas antes de llegar a su piso. Junto con ellos bajó una mujer muy alta, de casi dos metros y medio de altura, que caminó en sentido opuesto por el corredor de distribución del piso. Entraron a la suite, no sin antes comprobar que nadie los seguía. Enseguida fueron hasta los sillones del living y Frida sacó de su bolso el explorador.
Se trataba de un pequeño robot con forma de cubo que tenía la habilidad de cambiar de forma conforme la necesidad del momento. En manos de Frida se encontraba el control remoto del artefacto. Era una caja negra que funcionaba como un proyector a la cual se conectaba un dispositivo direccional que movía al explorador en cualquier dirección. El usuario se conectaba mediante electrodos a la caja y recibía imágenes en su mente desde la posición del explorador.
Frida encendió el dispositivo y el cubo se convirtió en una esfera del tamaño de una cereza. Rodó hasta las ventilas del aire acondicionado y se filtró entre las rendijas como si fuera un cable de fibra óptica. Retomó su forma esférica y se deslizó por la tubería hacia el centro para ascender por la columna principal hasta el nivel superior donde se encontraba la suite de Eli. Una vez allí, se filtró por otra rendija y se transformó en una mosca que comenzó a volar por la habitación hasta llegar a la puerta. Allí se colocó como una película sobre el panel de la cerradura magnética a la espera de que alguien pulsara la combinación necesaria para destrabar el mecanismo de cierre. Tardaron un rato, pero un guardaespaldas apretó la secuencia correcta que quedó grabada en la mente de Frida. La puerta se abrió y de inmediato el explorador abandonó su forma para deslizarse hacia el pasillo exterior. Allí detectó la presencia de cuatro hombres armados en guardia permanente. El guardaespaldas se acercó a otra puerta, la del elevador y sacó una tarjeta idéntica a la que Gael había encontrado en el sobre que halló en el viejo depósito. El explorador se desplazó nuevamente a las ventilas del aire acondicionado y regresó al living de la suite. Había tres puertas cerradas. La primera era un cuarto de baño, la segunda el dormitorio, que estaba vacío, y la última era una sala de reuniones. Allí estaba Eli, junto a sus invitados, compartiendo una partida de póquer. Seis jugadores, tres guardaespaldas, dos robots de servicio.
El explorador se retiró por los conductos de aire acondicionado hacia la suite que Frida y Gael compartían. Frida desconectó los electrodos y guardó todo el equipo en su bolso. Habían comprobado que el trabajo era difícil, pero no imposible.

lunes, 10 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 5 de 12


5.

Frida y Gael emprendieron el camino de regreso. Se dirigieron a un almacén en los suburbios donde podrían aprovisionarse de lo que necesitarían para la misión. Ella aprovechó para cerrar los ojos mientras Gael guiaba la nave dentro de la complicada maraña de pasadizos subterráneos. Entonces, se comunicó por su transmisor de ondas alfa con el intermediario. Se acordaron los términos y le dieron la información sobre el itinerario exacto del blanco en los próximos días. Cuando la comunicación se interrumpió abrió los ojos y sonrió.
–Creo que te vas a sentir muy a gusto con esta misión.
– ¿Qué pasó?
–Hablé con el contacto. Eli se va a pasar los próximos tres días en el Casino de las Sibilas.
–El casino en las nubes, qué nivel.
–En el almacén encontraremos lo que necesitamos y algo más.
– ¿Qué?
–Un millón. En efectivo.
– ¿A cuenta de honorarios?
–Así es.
– ¿Qué nos impide huir?
– ¿Tengo que responder?
Tardaron un rato en llegar al almacén. Era un edificio de fachada lisa y techo de chapa de poliuretano cubierto de polvo de carbón. Tenía una enorme cortina metálica por puerta y algunas ventanas de acrílico reforzado completamente pintadas de negro.
–Lindo lugar –señaló Gael al avistarlo, comentario que Frida pasó totalmente por alto. Ella sacó su celular, marcó un código de cinco números y la cortina comenzó a subir. Gael desaceleró y hizo una aproximación lenta para darle tiempo al mecanismo de abrirse lo suficiente como para que el vehículo pudiera ingresar sin problemas. Una vez adentro, encontró la dársena de amarre y detuvo la nave. Mientras la persiana se cerraba, comenzaron a caminar hacia la oficina que se veía en un rincón.
– ¿Tenemos que encontrarnos con alguien?
–Se supone que ya se fueron.
– ¿Tenés un arma?
–No, supongo que vos tampoco.
–Supones bien. ¿Qué querés hacer?
–Si es el agente no creo que haya problemas, si no, dudo que podamos escapar.
–Vamos entonces.
Se acercaron a la puerta sin hacer ruido y miraron adentro. Tomaron el coraje para dar el paso decisivo y entraron. Sobre una mesa, bajo la luz del único farol que alumbraba la habitación, había una valija cerrada y un sobre papel madera sellado con lacre. Se acercaron con cuidado y comprobaron que no había trampas. Gael tomó el sobre y revisó el sello. Lo rompió y miró en el interior del sobre. Una llave, una tarjeta y una invitación en un sobre cerrado con una leyenda.
“Para Gael Núbil y Sra.”
–Nos casamos.
– ¿Sí? ¡Qué bueno!
– ¿Cómo sabían mi nombre?
–Ellos lo saben todo. Voy a abrir la valija.
Frida se colocó detrás de la maleta y trató en vano de abrirla. Gael se acercó y le mostró la llave. La introdujo en la cerradura magnética y los mecanismos se activaron. En menos de un instante se escuchó un clic y la tapa de la valija comenzó a levantarse. Adentro, ordenados en billetes de a cien denarios, el millón brillaba con fulgor propio. Se miraron compartiendo una sonrisa.
Gael fue hasta su nave y buscó un morral azul que tenía en la cajuela para cargarlo de dinero. Puso allí medio millón y luego sacó ochenta mil denarios más que fueron a parar a la cartera de Frida. Era una coqueta carterita de cuero ecológico camaleón, con una capacidad sorprendente para su pequeño tamaño. El resto del dinero quedó en la maleta, la cual Gael guardó en el portaequipajes del vehículo.
–Hora de llamar al Clan –dijo entonces Gael mientras buscaba su celular en su bolsillo.
– ¿Para qué?
–Para pagarles. ¿Qué más?
–No nos apresuremos. Podemos llegar a necesitar ese dinero.
– ¿Para que querés tu dinero?
–Para pagar una cirugía.
– ¿De qué tipo?
–De la que me mantendrá con vida unos años más. Esta piel no se regenera sola.
–Si vos querés pagar después, todo bien, pero yo quiero sacarme de encima al Clan.
–OK. Deciles que vas al Casino a llevarles el dinero. Después de todo, ellos son los dueños.
–Si les pago ahí levantaré sospechas.
– ¿Si pagás acá no? Aparte, ¿queremos que conozcan este lugar?
Gael pensó un segundo y llegó a la conclusión de que Frida tenía razón. –De acuerdo, esperamos. ¿Dónde estará el equipo?
–Sugiero que busquemos en aquellas cajas, parecen haber sido puestas hace poco.
Fuera de la oficina se veían unas cajas apiladas cubiertas por una lona vieja que no parecía tan sucia como las demás. En ellas encontraron dos juegos de pistolas múltiples, con cañones de balas, láser y dardos. En otra había municiones, baterías y un set para cargar los dardos con diferentes sustancias. En una tercera caja había placas explosivas remotas y por tiempo, mientras que en la última había un fusil con mira telescópica digital infrarrojo con capacidad para disparar proyectiles explosivos de 30 milímetros. Cargaron todo en el compartimiento clandestino debajo de los asientos del vehículo y se encaminaron al Casino de las Nubes.
Flotando a media milla de altura, sobre la capa de nubes permanentes del planeta, el Casino de las Nubes era un satélite que se desplazaba a altura constante dentro de la atmósfera. Era un complejo de hotel y casino que brindaba al público el mejor entretenimiento de la galaxia. Juego, espectáculos, prostitución y drogas. Todo convivía en armonía en aquel lugar.
Gael llegó desde el oriente para hospedarse en el ala de las Mil y Una Noches, sector del Casino con ambientación del antiguo mundo árabe, donde la discreción era lo más importante. Les dieron una suite con amarradero propio, lo que les permitiría acceder a las armas ocultas en el vehículo sin problemas.
Hicieron el amor entre las sábanas de seda que vestían un colchón de aire caliente, ideal para relajar tensiones musculares. Luego se dieron un baño de neutrones y bajaron al bar a tomar una copa. No les sorprendió ver al hombre de traje rojo acercarse a ellos y sentarse a su mesa mientras brindaban con una copa de vino rojo. Lo que sí les sorprendió fue que en una muestra de total descortesía muriera allí mismo, sin decir palabra alguna.
–Camarero –dijo Gael de inmediato–, por favor, llame al gerente de inmediato.
– ¿Podría saber el motivo? –dijo el robot de turno.
–Dígale que hay un muerto en mi sopa.

domingo, 9 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 4 de 12.


4.

Con el rostro enrojecido y la respiración atormentada, Frida soltó un último y feroz gemido antes de relajarse. Se acurrucó junto a Gael y le acarició el torso con suavidad. –Buen chico.
Gael se sorprendió con el comentario, pero no quiso quedar pagando. –Usted no ha estado nada mal, señora.
–Señorita –dijo con toda coquetería–, jamás me he casado.
–A sus años podrían acusarla de solterona.
–Con este cuerpo, qué importan los años.
–Hermoso cuerpo.
–Sin duda. ¿Sabés hace cuánto que camina por el mundo?
–No y sería de poco caballero preguntar.
–Es cierto. Por eso lo cuento –respondió. Se levantó de la cama y caminó hacia el baño. Gael no se perdía un solo cuadro de la escena que se rodaba. –Pero no ahora.
–Como gustes. ¿Vas a bañarte?
– ¿Se puede?
–Claro, tenés agua caliente, gentileza del extractor de humedad y la caldera geotérmica.
–Vení, ayudame.
Gael se levantó y la condujo de la mano hasta el cuarto de baño. Tuvieron que arrimarse en la ducha para poder entrar y permitir que los diez aspersores los rociara. Después de un rato comenzó a sonar la alarma de consumo y se apuraron a terminar para no quedar cubiertos de jabón antes de que se corte el flujo. Cuando esto sucedió, se colocaron debajo de los eyectores de aire para secarse, momento que aprovecharon para encontrarse una vez más bajo el viento del desierto. Pronto, las caricias los llevaron al centro del mundo, un centro que se sacudía y vibraba cada vez con más intensidad. Al final todo se resumió en una explosión de placer que los dejó completamente liberados.
Encontraron su camino a la cocina, donde se prepararon algo para comer. En la despensa había pavo congelado y unos bocaditos de algas. Frida se ocupó de cocinar mientras Gael descorchaba una botella de champagne azul.
–Me gusta esto –dijo ella.
–Qué cosa.
–Lo que hay entre nosotros.
– ¿Amor?
–No, no creo en el amor.
– ¿En qué creés?
– ¿Ahora? Estoy empezando a creer en vos.
–Es fuerte eso.
–Sí. ¿Y vos?
–Yo creo en el amor.
– ¿Te enamoraste?
–No, el amor es otra cosa.
– ¿Y qué es estar enamorado?
–Es el síntoma de algo. Puede ser amor, o calentura, o capricho.
–Quiere decir que el amor es una enfermedad.
–Eso va por tu cuenta. ¿Más champagne?
–Como no, esta delicioso. Sería una pena que todo salga mal.
– ¿Todo?
–Esto es todo o nada.
– ¿Realmente querés matar a Amir Eli?
–La paga es de diez millones. Yo también necesito dinero.
– ¿Sí? Cuánto.
–Ochenta mil.
–Es un monto.
–Es.
– ¿Y quién va a pagar?
– ¿Quién te parece?
– ¿El Clan?
Frida se rió. –No, ellos pidieron cincuenta millones. El contrato lo puso Stavros.
– ¿El Alcalde?
– ¿Conocés a otro?
–Mierda.
– ¿Lo hacemos?
–Sí, claro.
–Llename la copa.
– ¿Brindamos?
–Por Don Amir.
–Por los millones.

sábado, 8 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - EPISODIO 3 DE 12


3.

La foto del anciano era extraña. Parecía una pintura del hombre con un niño sobre su falda. Gael fijó la mirada en la nariz, afectada por una rinofima que ejercía una desagradable fascinación sobre los ojos. Parecía algún tipo de clérigo, un obispo o un cardenal, aunque bien podía tratarse de un disfraz para la ocasión ya que el niño también usaba unas extrañas vestiduras.
– ¿Quién es? –preguntó Gael.
–Amir Eli, ¿te suena? 
Para que no. Zar del titanio y concesionario del puerto espacial y poderoso como pocos, Amir Eli era, empero, un hombre sin rostro. Siempre había protegido su imagen, ya que creía que era la única manera de mantenerse a salvo de asesinos, secuestradores y terroristas.
–Me suena.
–Bueno, hay alguien que lo quiere muerto.
– ¿Cómo conseguiste su imagen?
–Este es un cuadro que hicieron de él hace unos años. El pintor extrajo una copia holográfica antes de dar los toques finales y la envió por correo electrónico al interesado.
–Que vendría a ser...
–Todo a su momento –respondió Frida mientras se levantaba del sillón. Se desabrochó los pantalones y bajó el cierre con suavidad. –Tengo un antojo ahora.
– ¿Puedo hacer algo para satisfacerlo?
Frida ensayó una sonrisa caprichosa antes de soltar su frase. –Eso espero.