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sábado, 9 de febrero de 2013

TAMBIÉN LOS TERRORISTAS TIENEN MADRE

Al estudiar un poco la historia de algunos países africanos, es muy difícil no sentirse abrumado. Muchos años atrás leí un libro que no pude dejar de comprar cuando lo vi en el anaquel de una librería de la Avenida Corrientes, en mi Buenos Aires natal. El título era shockeante y cierto. "También los terroristas tienen una madre".

Recuerdo una mañana de 1985 en la que me levanté y leí el diario. En aquella época estaba transitando mi tercer año del secundario y me había puesto como meta aprender todo lo que pudiera de actualidad internacional. Conflicto de Medio Oriente, guerras en África, Afganistán, Camboya o Centroamérica. No importaba dónde fuera, lo importante era mantenerme informado sobre lo que sucedía y, si era posible, aprender.

Volviendo a esa mañana de 1985 que, incidentalmente coincidía con mi cumpleaños número 16, leí a noticia de dos ataques simultáneos en Roma y Viena contra las oficinas de la línea aérea El Al. El resultado, 16 muertos. Uno por cada año que había vivido. Menudo regalito me han hecho estos hijos de puta, pensé en ese momento. Cerré el diario y me fui al jardín a ver si el sol aún brillaba.

Aún brilla, pese a los años que han pasado.

La cuestión es que en el momento que vi ese libro sentí algo raro. Recordé la noticia de los 16 muertos en esos aeropuertos, noticia que en mi cabeza se había convertido en una película. Podía ver a esos palestinos sacar granadas de mano de un bolso y arrojarlas dentro de las oficinas de la empresa aérea israelí. Podía imaginar las explosiones, los vidrios volando, las esquirlas desgarrando la carne de los presentes en el lugar, los ojos vacíos de los muertos.

No sé si han observado los ojos de un muerto alguna vez. Es la confirmación de que el alma existe.

Al ver ese título pensé, que duro, esos hijos de puta fueron paridos por una madre. Compré el libro, que no es muy largo, y lo leí en una tarde. Lo leí tres veces más en pocos días. El autor, Patrick Meney, entrevistó a un terrorista durante un período indeterminado en Paris y este le contó su vida. Una vida que yo no hubiera deseado tener.

Marwan nació en Beitrut y era musulmán  Su mejor amigo, en cambio, era cristiano. Ni para él ni para su amigo ello representaba un problema. Iban a la misma escuela, vivían en el mismo barrio, hasta en la misma calle.

Entonces, un día, los refugiados palestinos comenzaron a llegar. Muy pronto comenzaron a haber problemas. La familia de su amigo tuvo que mudarse a otro barrio, a un barrio lejano, al otro lado de la ciudad. A un barrio cristiano.

No pasó mucho antes de que los problemas comenzaran. Era 1975. Algunos refugiados palestinos fueron asesinados. Los dirigentes musulmanes reaccionaron y, pronto, la ciudad estuvo dividida en dos. Marwan era invitado a charlas todos los días por parte de los dirigentes de su barrio. Incluso se dieron un fusil AK47,  el que ocultó debajo del sofá de su casa. Hasta que un día, observó como les disparaban a unas mujeres que estaban haciendo fila en la calle para comprar el pan. Esas mujeres eran madres y abuelas de amigos suyos, eran sus vecinos, eran personas que conocía. Entonces, sacó el AK47, subió a un camión y dejó la escuela en la que aprendió a leer, sumar y restar para ir a otra escuela, una en la que le enseñarían a matar.

"Matar es fácil" dijo al llegar al campo de entrenamiento ", sólo hay que apretar el gatillo y el otro muere". Años más tarde, en 1986, después de trabajar seis años como francotirador de la "línea verde", aquella línea que dividía en dos la ciudad de Beirut llamada así porque lo único con vida en esa franja eran plantas, le dijo a Patrick Meney en Paris: "Yo no hice nada malo". Porque para él, matar no era algo malo. Era algo natural.

Marwan tenía quince años al comenzar el conflicto. En África, existen divisiones de "niños soldados", pequeños con uniforme que portan fusiles tan grandes como ellos mismos. O sin uniforme, vestidos con una camiseta vieja, pantalones cortos y, quizá, unas zapatillas viejas. 

En el norte de Uganda y el sur de Sudan el LRA (sigla en inglés que corresponde al Ejército de Resistencia del Señor) dirigido por el mesiánico Joseph Kony ha secuestrado, mutilado, violado y sacrificado en rituales religiosos a más de 40.000 niños. No se ha escuchado a Obama, a Bush ni a ninguno de sus predecesores desde 1987 a la fecha hablar de planes militares para detener a Kony y sus fanáticos. Porque en Uganda y Sudan no abunda el petróleo. Ni los diamantes. Sólo abunda la miseria. Y no hay interés en gastar dólares en donde hay miseria.

Ayer me sentí abrumado por una serie de hechos que llegaron juntos a mi vida. A la noche, vi una película sobre un hombre llamado Sam Childers, "Machine Gun Preacher", el predicador ametralladora. Childers es un traficante de drogas que en 1992 se convirtió al cristianismo en los EEUU y decidió, como forma de redimir los pecados de su pasado, fundar un orfanato en Sudan. Allí descubre lo que el LRA le hacía a los niños y toma las armas en contra de los rebeldes en una cruzada por rescatar a la mayor cantidad de niños posible.

En un momento de la película, se encuentran con un grupo de 40 niños que estaban siendo arriados por miembros del LRA. Después de un breve encuentro armado, suben a la mitad de los niños al vehículo en el que viajaban y les dicen a los otros que se escondan hasta que regresen por ellos. Al regresar, los encuentra a todos muertos.

Childers regresa a los EEUU y habla con un empresario del rubro automotor para pedirle 5000 dólares para comprar un segundo vehículo. El hombre lo invita a una fiesta en su casa. Muchos invitados, mucho lujo, comida como para alimentar a los huérfanos de Sudán durante seis meses. En un momento, el anfitrión llama a Childers a un costado y le entrega un cheque por 150 dólares.

Luchar por causas perdidas es difícil. No sé que es lo que hace del dinero algo tan venenoso. Como puede ser que valoremos más una piedra como un diamante que las miles de vidas que las guerras de los diamantes de sangre de Sierra Leona han ocasionado. O los millones muertos en Irak por el petróleo. El petróleo no se come, no se puede beber, pero, por algún motivo, un barril de petróleo es más valioso que un quintal de trigo. Por alguna razón, un kilo de oro vale mucho más que una tonelada de pan.

Cuando uno se siente abrumado por los grandes problemas de su vida, es bueno poder ver que lo grande es en realidad pequeño. Que somos polvo en un universo infinito y que, de alguna manera, las cosas siempre se resolveran. Esperemos que para bien.

Si son creyentes, les pido que recen por los que sufren. Si no lo son, hagan lo que su conciencia les dicte. Yo espero que algún día lo peor del género humano sea vencido por lo mejor. 

Desde Buenos Aires, los abrazo.


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