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viernes, 7 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - entrega 2 de 12.


2.

El Desierto de Rowela
Las planicies desérticas de Rowela eran ideales para esconderse de los soldados del Clan. Por una extensión de miles de kilómetros cuadrados, el duro suelo negro estaba salpicado por millones de agujeros perfectos fruto del trabajo incansable de las excavadoras de las compañías mineras, los cuales formaban una maraña de túneles en los cuales se podía desaparecer con facilidad.
Gael piloteaba con destreza mientras Frida contemplaba el paisaje desértico iluminado por la luna azul. Era un paisaje triste, pero hermoso. De pronto, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba con un hombre que le agradaba en una situación peligrosa, lo que le provocaba una leve excitación. Volcó su mirada a Gael antes de salir de su silencio.
–Lo que no entiendo –dijo Frida– es por qué me has traído contigo.
–Sencillo, sos una compañía muy grata –contestó Gael con una sonrisa.
–Por algo mi mamá me decía que era mejor ir por la vida sola que mal acompañada.
– ¿Mala compañía? ¿Yo? ¡Calumnias!
–Sí, justo.
Se alejaron unos cuarenta kilómetros de la ciudad y se deslizaron dentro de uno de los hoyos sin marca. Allí descendieron doscientos metros y se introdujeron en la intrincada maraña de túneles que se retorcían entre sí como cuerpos en una orgía.
–En serio –insistió Frida–, cuánto les debes.
–Digamos que medio millón.
– ¿Medio millón de que?
–De toneladas de mierda, ¿de qué va a ser? ¡Denarios! Medio millón de denarios.
– ¿Cómo llegaste a deberles tanto?
–Mal criterio, malas decisiones.
–Malas apuestas.
–Eso con unos intereses de muerte.
– ¿Cómo vas a hacer? No creo que tu sueldo te salve.
–No, pero siempre surgen oportunidades. Llegamos.
Al girar en la siguiente curva detuvo la marcha y extrajo un mando remoto de su bolsillo. Pulsó un botón, se abrió una compuerta por la cual se coló la nave y avanzó hasta el amarradero que se divisaba a pocos metros de distancia. A pocos pasos de allí se abría una cueva de la cual emanaba una tenue luz azul. Gael pulsó otro botón del mando, las compuertas se cerraron y se hizo la luz.
– ¿Dónde estamos? –arremetió Frida.
–En un lugar seguro. Esto era de unos amigos.
– ¿Y dónde están ellos?
–Muertos. Eran contrabandistas, fueron detectados por un control de la armada y los pulverizaron cuando se rehusaron a detenerse.
–Así que heredaste.
–Puede decirse que sí. Los verdaderos herederos no conocen éste lugar. Ni van a conocerlo.
La cueva contaba con todas las comodidades que la vida moderna podía ofrecer. Había una pantalla de cristal holográfico de ochenta y nueve pulgadas, sistemas de audio 12.3, una cámara frigorífica con refrigerios de la más amplia variedad, cocina robotizada, una cama de agua circular y diversos sistemas de entretenimiento.
–Supongo que tienes un plan.
–Sí. Tengo algunas reservas, unos mil denarios, pensaba apostarlos a algo seguro.
–Lo tuyo es increíble.
– ¿Por qué?
–Porque sí. Eres contumaz.
– ¿Qué?
–Contumaz, de contumacia, el terco que se mantiene en su error.
– ¿Qué error?
– ¿No fue apostando que te metiste en esto?
–Sí, pero...
–Apostando llegaste a deber medio millón. ¿No sabías que la casa siempre gana?
–Es posible, pero...
–Tenemos que pensar en otra cosa.
– ¿Cómo qué?
–No sé. ¿Alguna vez mataste a alguien?
Gael se sorprendió con la pregunta.
–No soy policía, puedes decírmelo.
–Nunca.
– ¿Lo harías?
–Si hace falta, supongo...
Frida guardó silencio. Buscó en su bolsillo un paquete de cigarrillos mentolados, extrajo uno y Gael se apuró a ofrecerle lumbre.
–Entonces puede que tenga una solución.

1 comentario:

  1. Amigo eres insaciable e increíble u eso es lo que más admiro de ti. Sigue así. La cima está muy cerca, sólo faltan unas escaleras. Un abrazo muy fuerte y de corazón hermano.

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