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martes, 18 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - episodio 11 de 12.


11.

–Qué mierda –dijo Gael mientras halaba el gatillo. El percutor activó el fulminante que encendió la carga de pólvora que ardió generando gases que hicieron que el proyectil se desprendiera del casquillo y recorriera el cañón del fusil girando sobre su eje y acelerando constantemente. Una vez en el aire, surcó el espacio que separaba al fusil de su víctima, dejando una estela de calor invisible a su paso. Quebró el cristal, atravesó el casco y abrió un orificio del tamaño de un durazno en el rostro del conductor del vehículo de la derecha. Un instante más tarde, la nave describió un bucle en el cielo, chocó con otra nave que estaba a su izquierda  y se fundieron en una enorme bola de fuego. Frida aceleró y salió del hangar con media docena de tiradores a sus espaldas que descargaban los cargadores de sus metralletas en el fuselaje reforzado del vehículo. Gael respondió con una andanada que los forzó a buscar refugio o morir. La nave bajó la nariz para acelerar y emprendió la retirada con tres vehículos a sus espaldas. Láser, munición gruesa, todo apuntaba a derribarlos. Gael los mantenía a raya, pero no podía derribarlos.
–Dame cinco segundos de vuelo estable –le rogó a Frida.
–Imposible.
–Tres segundos, dame tres segundos.
–Uno –comenzó a contar Frida mientras Gael estabilizaba el arma–, dos –dijo mientras su compañero fijaba el objetivo en la cabeza del conductor del medio –, ¡tres! –. El disparo tapó la voz de Frida. El proyectil dejó sin cabeza al conductor y el vehículo cayó como piedra.
–Y entonces fueron dos –profetizó Gael. Una andanada de doce milímetros sacudió la cola de la nave haciéndoles perder presión en las válvulas estabilizadoras de corriente. Frida bajó la nariz en busca de aire más espeso y pudo divisar el mar de sal. Sobre la superficie brillaban miles de cristales que descomponían la luz del sol en miles de arco iris que se cruzaban entre sí.
–Bajá más–alentó Gael.
–Es peligroso.
–Nada que ver, el aire es más pesado, va volar mejor.
–Pero no más rápido.
–Más rápido no nos sirve. Baja que te cubro –. Tres disparos contra el más cercano de sus perseguidores dieron en la caja magnetizadora, destrozando los mecanismos que le permitían a la nave flotar dentro de la atmósfera. La nave se incendió y explotó en el aire.
– ¿Cuántos más? –preguntó preocupada.
–Uno. En tres segundos más, ninguno –dicho lo cual, un rayo láser impactó en el cañón del rifle–. Mierda.
– ¿Mierda? ¿Qué pasó?
–Acelerá, nos quedamos sin artillería.
– ¡Mierda! –gritó Frida y aumentó la velocidad considerablemente a la vez que ejecutaba maniobras constantes para evitar ser un blanco fácil –. Decime hacia dónde.
–Vamos a las planicies de Rowela, capaz que podemos perderlos allí.
– ¿Los túneles?
–Acelerá –insistió Gael mientras sacaba su pistola del cinturón–, voy a tratar de frenarlos con el láser.
–Trate, hombre, trate.
Las descargas del arma apenas inquietaban el casco de la nave que con gran pericia los perseguía. Para cuando entraron en los laberínticos túneles subterráneos de la planicie de Rowela, las baterías de la pistola estaban agotadas y sólo cabía usar las limitadas balas de cinco milímetros para tratar de derribar al rival. Pero Gael tenía otros planes. Sacó un explosivo de su bolsillo y ajustó el reloj a dos segundos, lo arrojó hacia su perseguidor y le ordenó a Frida doblar en el siguiente ramal que se abría a la derecha. La bomba explotó frente al parabrisas de su perseguidor, haciéndole perder el control de vuelo por un instante fatal que lo hizo estrellarse contra la pared de la izquierda. Allí comenzó la sucesión de choques descontrolados que acabaron en una explosión.
Con la certeza de que habían huido, disminuyeron la velocidad para hacer su viaje más seguro.
–Qué sigue –dijo Gael.
–Huir de este planeta.
–Pero ahora no. Tenemos que esperar un par de días a que se te pase el efecto de esas hormonas. Y yo tengo que satisfacer mi morbo.
– ¿En serio te gusto así?
–Me gustás como sea.
–Qué le vamos a hacer, habrá que satisfacerte –dijo con un guiño. Gael le colocó la mano sobre el muslo de Frida y le dio las indicaciones para volver a la cueva. Se olvidaron de todo, del dinero, del Clan, de la policía. Sólo estaban ellos.

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