Translate

viernes, 21 de septiembre de 2012

LA SUERTE TIENE DOS CARAS –episodio 2.


2.

Fidias recibió de su amo una patada en las costillas y, de inmediato, se levantó de su lecho. Lecho era la palabra presuntuosa que utilizaba para referirse a una pila de heno viejo esparcida en el suelo que ocultaba bajo una manta para recostarse de noche. No era de extrañar que utilizara palabras pretensiosas, porque Fidias era un esclavo pretencioso.
Él se consideraba afortunado, la formación que tenía le garantizaba que su amo no lo utilizaría para trabajar en minas o como galeote. Sin embargo, reconocía que podría haberle tocado un mejor amo que Máximo Bruto Léntulo. El hombre se había vuelto rico muy joven haciéndole un favor al Dictador y, desde entonces, la Fortuna lo había favorecido. Sus cosechas eran abundantes, nunca perdía un barco y sus gladiadores vencían siempre. El oro parecía brotar de la tierra para él.
Fidias siempre pensaba en cómo su suerte estaba enfrentada a la de otro hombre de mejor fortuna y, por ello, su comida perdía sabor y todo le sabía soso.
–Fidias, prepara todo para hacer negocios en el foro. Quizás pasemos allí todo el día. Que Eunice te ayude –. Tras decir esto, Máximo Bruto salió apurado de la barraca de Fidias en dirección desconocida.
Eunice. Sólo escuchar su nombre lo ponía a caminar por las nubes. Ella había llegado a la casa cuando tenía nueve años. Al verla por vez primera trasponer el umbral de la casa sus miradas se cruzaron y él se enamoró perdidamente de ella. La mantuvieron virgen hasta los catorce, por lo que durante cinco largos años tuvo que contentarse con cortejarla con poemas que robaba a los clásicos y con besarla sin penetrarla. Pero una vez que el amo se hubo saciado de ella, secretamente se convirtieron en amantes.
Fidias fue a buscar la alforja en la que llevaría las cosas que el amo podía llegar a necesitar en el foro y luego se dirigió a la cocina. Eunice ya estaba levantada. Había encendido el fuego y estaba colocando pedazos de carne sobre la parrilla, previamente rociados con un poco de aceite de oliva. Las gotas de aceite caían sobre los leños provocando pequeñas explosiones entre las llamas.
Fidias se apoyó contra el trasero de Eunice y se frotó con fuerza. Ella le acarició el rostro dulcemente. Él le levantó la túnica y pudo ver aquello que tanto anhelaba. Se abrió camino hasta penetrarla delicadamente y pocos segundos más tarde había eyaculado. Se alejó de ella. Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro de su amada, lo que lo llenó de vergüenza.
–Prepara pan, vino, y algunas golosinas para el amo. Vamos a estar todo el día en el foro –. Ella asintió sin dejar de sonreír, pero no dijo nada. Le entregó lo que él le había pedido y siguió preparando las carnes, mientras que su amante marchaba cabizbajo al encuentro del amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario