Aquí les presento un anticipo de mi novela "LA TRAMPA DEL DIABLO" que ha sido finalista del LX Premio Planeta y del V Premio Iberoamericano Planeta - Casa de América de Narrativa.
"Alguien podría decir que
el mundo había enloquecido. Por qué no. A fin de cuentas, nos resulta incomprensible,
cuando leemos las noticias en el diario, que un joven haya matado a un hombre
de cuarenta y cinco años frente a su hijo de quince años. Epítetos de todo tipo
se hacen presentes en nuestra mente al pensar en aquél hecho aberrante. Sin
embargo, cuando escuchamos las noticias de la guerra, no reaccionamos de igual
manera. Cuando hablan del odontólogo, del carnicero, del obrero, de la maestra
o de cualquier persona que camina las mismas calles que nosotros, nos aferramos
a la pantalla del televisor para saber el qué, el cómo, el cuándo y el dónde de
lo sucedido. No nos preocupa demasiado el por qué. No nos preocupa en absoluto.
Porque lo que realmente nos preocupa es esa identificación que hacemos entre
esa celebridad momentánea que fue objeto de robo, hurto, violación, homicidio,
lesiones. Porque, en algún fuero interno, pensamos que ese tipo de fama puede
tocar a nuestra puerta en cualquier momento.
La guerra nos aterra, por
eso la ignoramos. Es algo que les pasa a otros, otros que viven a miles de kilómetros
de distancia, que tienen una cultura, religión e historia diferente a la
nuestra. Aunque sea la misma. Es algo remoto, que se parece más a una película
a estrenar en el complejo cinematográfico de tu elección que a la realidad que
te abofetea cada mañana.
La guerra, así,
transformada en un show televisivo que busca captar audiencia con contenidos
entretenidos, puede ser eterna. Alejandro Regio lo sabía. Recordaba cuando, recién
graduado de la carrera de periodismo, había acompañado al frente al célebre
corresponsal Lautaro Fosca. Lo habían contratado para trabajar como asistente
del camarógrafo de Fosca, tarea para la cual sólo un loco –o un suicida –se
habría ofrecido. O un periodista de
raza. Alejandro lo era, y consideraba que esa experiencia que le había servido
para cimentar lo poco que había aprendido en la facultad.
Para Alejandro la guerra
había sido una experiencia edificante. Había acompañado a los soldados al
frente, los había visto luchar, los había visto matar, los había visto morir. Hasta
asquearse.
Dos años había estado en
el frente antes de decidir dejar su empleo. Demasiada miseria, una miseria que
lo definiría, porque había visto entre los pobladores de aquella región
olvidada de Dios una fe y una esperanza que en su ciudad natal nunca había
experimentado. No tenían nada y, por ello, nada les preocupaba, nada les
provocaba temor, ni siquiera la muerte. ¿Podía ser peor la muerte que aquella
miseria?
La guerra continuaba.
Quizá continuaría para siempre. Porque en el fondo, la guerra no es más que un
crimen y, a lo largo de toda su historia, los hombres han aprendido a convivir
con el crimen.
Alejandro caminaba bajo
la lluvia pensando en los cuadros que había visto en la galería y en los que
había visto durante sus años cubriendo la guerra. No había mucha diferencia
entre ellos.
Así, Alejandro llegó a la
pensión empapado hasta los huesos. La lluvia, que apenas era una insinuación
cuando llegó a la puerta de la galería, había tendido una serie interminable de
espesas cortinas de agua que encontraban su paso en cualquier hueco que se
presentara. No caminó dos calles antes de quedar mojados hasta los calzones.
Poco hubiera importado que sus suelas hubieran estado en el mismo estado que
estuvieron el día que salió con su calzado de la zapatería, ya que ni el botín
más impermeable puede mantenerse seco cuando se camina con el agua por los
tobillos.
Ya en su cuarto, se quitó
una a una las prendas que lo cubrían procurando escurrirlas un poco sobre una
palangana antes de colgarlas donde encontrara lugar para hacerlo. Una vez
desnudo, se cubrió con una manta y se sentó sobre la fría cama para tratar de
entrar en calor. Las manos y los pies le dolían y no podía lograr que sus
músculos dejaran de temblar. Entonces, sin preocuparse demasiado por su apariencia,
dejó la manta sobre la cama, tomó una toalla y corrió al baño del final del
pasillo para darse una ducha caliente. En el camino se cruzó con Penélope
Saravia, una mujer de treinta y tantos que se ganaba la vida como podía
vendiéndole su cuerpo y sus favores al que tuviera el dinero para pagarlo.
–Si se te mete más
adentro, no creo que vuelva a salir.
A Alejandro no le resultó
gracioso el comentario, menos aún con el dolor que sentía al tener los
genitales tan comprimidos por el frío. Llegó a la puerta del baño que Penélope
acababa de abandonar y, de inmediato, se metió bajo el chorro de agua caliente
para darle un poco de temperatura a su cuerpo.
Penélope se quedó mirando el culo de Alejandro
mientras este corría hacia el baño recordaba otros tiempos en los cuales ese
cuerpo escuálido no pasaba hambre, en la que sus carnes eran fuertes y
abundantes, en los que había sido un hombre muy interesante. No sólo por lo
físico. Ese pensamiento se esfumó ni bien la puerta quedó cerrada y el pasillo
vacío. Era tarde, llovía y tenía que ir a trabajar. "