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jueves, 11 de octubre de 2012

LA SUERTE TIENE DOS CARAS - Final


9.

Querido Hermano,
El portador de esta carta, Cayo Nemesio Berilio, está convencido que te ha entregado una letra para que le pagues diez mil denarios. Deja que lo siga creyendo mientras te cuento algo. He sido asesinado y el portador de esta nota es mi asesino. Para su desgracia, él es incapaz de leer, por lo que el destino me ha dado la oportunidad de que se haga justicia y envíe al averno a ese maldito.
Sirva esta nota también para manifestarte el afecto que siempre te he tenido.
Una última voluntad tengo, darle la libertad a un fiel esclavo que lealmente me ha servido. Fidias, mi secretario. También haré liberta a la joven Eunice, de la cual el buen Fidias está enamorado. Asegúrate que mi voluntad se cumpla. Conoces a Cornelia.
Desde Elíseo, te mando un abrazo fraternal.
Máximo Léntulo Bruto.

10.

Llegaron a Sagunto con el sol sobre sus espaldas. Era buen augurio. Fidias compró dos caballos antes de ir a visitar al banquero de Léntulo, como así también provisiones para un viaje que duraría varios días. Eunice comenzaba a disfrutar su libertad. Parecía más mujer, menos niña y, por sobre todo, más hermosa.
Después de hacerse del dinero partieron hacia el Sudoeste. Compraron una pequeña hacienda en Gades, donde explotaron un viñedo, produciendo vinos que exportaron a todas las provincias romanas. Sus vinos llegaron a ser los favoritos de Pompeyo Magno.
Tuvieron cuatro hijos y una hija. Todos se mantuvieron alejados de las turbulencias que agitaron a Roma hasta el final de la República, y les dieron nietos para disfrutar la vejez.
Fidias vivió setenta y siete años, y murió en su lecho rodeado de su familia. Eunice le sobrevivió diez años. Y durante todo ese tiempo fue feliz venerando el recuerdo de su esposo.
La suerte tiene dos caras. A algunos les sonríe, a otros los empala.

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