9.
“Querido Hermano,
El portador de esta carta, Cayo
Nemesio Berilio, está convencido que te ha entregado una letra para que le
pagues diez mil denarios. Deja que lo siga creyendo mientras te cuento algo. He
sido asesinado y el portador de esta nota es mi asesino. Para su desgracia, él
es incapaz de leer, por lo que el destino me ha dado la oportunidad de que se
haga justicia y envíe al averno a ese maldito.
Sirva esta nota también para
manifestarte el afecto que siempre te he tenido.
Una última voluntad tengo, darle la
libertad a un fiel esclavo que lealmente me ha servido. Fidias, mi secretario.
También haré liberta a la joven Eunice, de la cual el buen Fidias está
enamorado. Asegúrate que mi voluntad se cumpla. Conoces a Cornelia.
Desde Elíseo, te mando un abrazo
fraternal.
Máximo Léntulo Bruto.”
10.
Llegaron
a Sagunto con el sol sobre sus espaldas. Era buen augurio. Fidias compró dos
caballos antes de ir a visitar al banquero de Léntulo, como así también provisiones
para un viaje que duraría varios días. Eunice comenzaba a disfrutar su
libertad. Parecía más mujer, menos niña y, por sobre todo, más hermosa.
Después
de hacerse del dinero partieron hacia el Sudoeste. Compraron una pequeña
hacienda en Gades, donde explotaron un viñedo, produciendo vinos que exportaron
a todas las provincias romanas. Sus vinos llegaron a ser los favoritos de
Pompeyo Magno.
Tuvieron
cuatro hijos y una hija. Todos se mantuvieron alejados de las turbulencias que
agitaron a Roma hasta el final de la República , y les dieron nietos para disfrutar la
vejez.
Fidias
vivió setenta y siete años, y murió en su lecho rodeado de su familia. Eunice
le sobrevivió diez años. Y durante todo ese tiempo fue feliz venerando el
recuerdo de su esposo.
La
suerte tiene dos caras. A algunos les sonríe, a otros los empala.
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