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jueves, 25 de octubre de 2012

ALFONSINA Y EL MAR

En la madrugada del 25 de Octubre de 1938, Alfonsina Storni salió de su cuarto de hotel y caminó hacia la playa La Perla, de Mar del Plata, para internarse en las aguas del Atlántico con el fin de terminar con su vida.

Ella había nacido en Suiza en mayo de 1892. Sus padres, inmigrantes suizos que eran dueños de una cervecería en la provincia de San Juan, habían regresado a Suiza en 1891. El regreso a la Argentina se produjo en 1896. En los primeros años del siglo XX, la familia se trasladó a la ciudad de Rosario. Allí, su padre instaló un café muy cerca de la estación Rosario Central mientras que su madre puso una escuela domiciliaria. Alfonsina comenzó a trabajar en el café de su padre, pero el trabajo de mesera le disgustaba, por lo cual lo abandonó por un trabajo como actriz que le llevó a recorrer el interior del país.

Estudió el magisterio en Coronda y en 1910 tuvo un incidente que la llevó al borde del suicidio. En 1911 llegó a Buenos Aires y pocos meses más tarde dio a luz a su hijo Alejandro. En 1913 comenzó su carrera literaria con colaboraciones en la revista Caras y Caretas. Consigue un trabajo como redactora para una firma comercial y, gracias a sus colaboraciones en la revista, comienza a relacionarse con Amado Nervo, José Ingenieros, Manuel Baldomero Ugarte, Enrique Rodó y el que sería su gran amigo, el uruguayo Horacio Quiroga, a quién le dedicó el siguiente poema al saber de su muerte, también por su propia mano.


Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán.


En 1923, Alfonsina resultó elegida por una encuesta de la revista Nosotros como una de las poetisas más respetadas del país. Fue parte de la fundación de la Sociedad Argentina de Escritores. Cuando decidió dejar este mundo, se despidió con un poema.


Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme puestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes,
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides. Gracias... Ah, un encargo,
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Desde Buenos Aires, los abrazo.

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