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miércoles, 19 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - Final


12.

Dedicaron los siguientes días a festejar su victoria. Durante ese mismo tiempo, las patrullas policiales recorrieron la planicie de Rowela y el laberinto de túneles que había bajo ella con la esperanza de encontrar algún rastro de los fugitivos, pero ni siquiera tuvieron suerte en hallar los restos de la patrulla destruida.
Entre copas disfrutaron de momentos sublimes de amor. Ellos no lo sabían aún, pero esa mutua complacencia dejó de ser sólo sexo para convertirse en amor. Él se preocupaba por ella, ella sólo pensaba en él. Y los dos sólo querían estar juntos.
Frida utilizó drogas para purgar las hormonas de su cuerpo. El bello facial cayó y pronto volvió a ser ella. Su piel comenzaba a mostrar señales de deterioro. Eran apenas perceptibles, pero allí estaban.
–Tenemos que irnos –dijo ella con voz sombría.
– ¿Qué ocurre?
–Necesito mi cirugía.
– ¿Cuándo?
–Pronto, o moriré.
–Vamos.
Subieron a la nave y partieron con todas sus cosas. Ropa nueva– gentileza de los contrabandistas–, peinados nuevos, maquillajes alucinantes y las armas escondidas bajo la ropa. El dinero, la razón de tanto problema, dividido en mitades en los morrales que cada uno cargaba.
El plan era sencillo. Abandonarían la nave en algún barrio marginal de la ciudad, tomarían el transporte público hacia el centro y allí conseguirían un pasaje a un transbordador que los llevara a la luna azul. De allí, a cualquier rincón del universo, cualquiera con un hospital respetable donde Frida pudiera hacerse el cambio de piel.
Salieron de las planicies de Rowela y aterrizaron cerca de la estación del barrio carbonero. Allí abandonaron la nave y caminaron a la estación de tren con sus lentes de contacto especiales. Pagaron la tarifa y abordaron el coche que se dirigía al centro de la ciudad.
Bajaron del tren en la estación central y caminaron hasta la salida. Muy cerca de allí, la plataforma de los transbordadores vigilaba la ciudad  desde doscientos metros de altura. Se accedía a ella a través de una serie de elevadores que estaban en el centro del edificio administrativo y comercial de la empresa de viajes galácticos que tenía la concesión del servicio de transbordadores a la Luna. Se deslizaron sobre la cinta transportadora que unía la estación con el edificio de la empresa de viajes y se detuvieron frente a una de las ventanillas de expendio. Pagaron en efectivo por dos boletos a la Luna en un camarote privado de primera clase y se dirigieron a la sección elevadores que los llevarían al área de embarque de la sección VIP, donde podrían esperar bebiendo una copa en un lujoso bar.
Pasaron las dos horas de espera entre copas, haciendo planes para los próximos meses. Viajarían al sistema de Beta Delphini, donde había una clínica especializada en implantes de piel sintética que atendería a las necesidades de Frida. En varios de los planetas de aquél sistema había hoteles flotantes con playas de radiación UV controlada y toda la diversión que una joven pareja podía querer.
Tras abordar fueron a su camarote y se encerraron. Hicieron el amor mientras el transporte aceleraba a dos mil kilómetros por hora, acabando en el momento que comenzaba el proceso de desaceleración. Se vistieron, brindaron con vino de rosas y se prepararon para aterrizar.
Todo había salido bien.
Al bajar del transbordador hicieron los controles migratorios de rigor e ingresaron a la Ciudad Lunar, un inmenso domo donde treinta mil almas vivían con la incertidumbre constante que causaba saber que en cualquier momento un meteorito podía estrellarse contra la coraza de acrílico y destruirla. Caminaron por la avenida principal buscando un hotel para pasar la noche. Gael entonces se inquietó. Al girar la cabeza notó que un hombre de lentes oscuras y bigote espeso lo miraba desde el otro lado de la calle.
–Tenemos problemas –susurró al oído de su amante.
– ¿Qué tipo de problemas? –respondió ella sin inmutarse.
–De los que quisiera evitar.
Ella apuró el paso mientras él se llevaba la mano a la cintura. Frente a ellos, una mujer de falda negra y camisa roja les apuntaba con una pistola. Un hombre de traje gris a rayas verdes se quitaba las gafas a su derecha. La mujer disparó una bala antes de que Gael pudiera verla, la que se incrustó en el hombro derecho de éste. Frida quiso desenfundar, pero fue alcanzada en el cuello por una segunda bala disparada por la dama que ya guardaba su arma en su cartera y desaparecía entre la multitud. El hombre de gafas y bigote y el del traje gris y verde se acercaron a los amantes que se abrazaban en la acera.
–Si esta fuera una película sería buen momento para que comience a llover –dijo el de traje gris y verde.
–Lástima que acá no llueve –agregó el otro–, creo que tienen algo que nos pertenece.
–Medio millón de cosas, para ser exactos –dijo el hombre del traje gris y verde.
Gael le entregó el morral que llevaba colgada a su espalda. –Ahí esta todo.
El de gafas levantó el morral, comprobó el contenido y los dos se marcharon. Ellos se levantaron y buscaron un callejón oculto. Allí examinaron sus heridas y comprobaron que eran leves. Las cauterizaron con un pequeño láser quirúrgico y se cambiaron la ropa. No podían andar por ahí con agujeros de bala y manchones de sangra.
Regresaron al puerto espacial y compraron un boleto para el siguiente vuelo al espacio profundo, el que partiría en pocas horas. El destino era uno que nunca habían considerado. La Tierra.
Quizá allí podrían estar a salvo.

1 comentario:

  1. Un final apoteósico, como acostumbras a realizar tus obras, amigo.

    Felices Fiestas Navideñas y un Próspero 2013...

    Quino.

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