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viernes, 14 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 9 de 12


9.

Comieron, bebieron y se sentaron a fumar unos cigarros de puro tabaco importado de las lunas de Saturno. A medida que el aroma dulzón y embriagador se apoderó de la habitación, Gael y Frida sintieron que podían volver a pensar con claridad. Especularon sobre la conveniencia de salir de su escondite en ese momento y convinieron que, más allá de la necesidad imperiosa de dinero que ambos tenían, sería imprudente salir de inmediato. No había duda que aquellos que más se habían beneficiado con los eventos ocurridos en aquel cuarto iban a mostrarse pronto. Podía ser el Ministro Zamudio, o el Secretario Zagreb, o el Clan.
Las noticias eran reflejo del infierno. Acusaciones cruzadas, ataques solapados, argumentación vacía, actos de demagogia, demostraciones de fuerza, presiones debajo del mostrador, negociados ocultos. Todas estas armas se blandían sin complejos frente al público mientras que los analistas políticos especulaban, una prostituta devenida en diva manifestaba su dolor por lo sucedido, artistas, intelectuales y fantoches hacían sus actos de presencia para no perder notoriedad. Y en el medio de la nada, Gael y Frida sudaban la gota gorda.
–Yo digo que llamemos al Clan –sentenció Gael mientras apagaba su cigarro.
– ¿Para qué?
–En el cuarto quedó el morral, con el dinero que les debo.
– ¿Entonces?
–Les pedimos salvoconducto para ir al hotel y de paso les pagamos.
–Y nos llevamos la otra mitad del millón.
–Y desaparecemos.
–O se quedan con el dinero y nos entregan a cambio de la recompensa.
– ¿Qué recompensa?
–La que seguro van a dar por nuestras cabezas.
El silencio se apoderó de la habitación. Gael se levantó y se sirvió un vaso de ron. Lo bebió despacio, con los ojos cerrados, con la mente perdida en un recuerdo. Frida fue al cuarto de baño y se lavó la cara. Se bajó la ropa interior con la intención de descargarse, pero tenía el cuerpo cerrado, nada podía entrar ni salir. Ni siquiera una lágrima. Gael se dio vuelta y la miró con detenimiento. La falda levantada, las bragas por las rodillas y el rostro cubierto por sus manos. Sintió pudor por ella y desvió la mirada. Se vio en un espejo y decidió que era hora de otro cambio. Buscó su kit higiénico y comenzó a rasurarse la cabeza. Luego comenzó a depilarse el rostro. El láser atacaba los bulbos pilosos y acababa con las células que generan el crecimiento del cabello. Durante varios minutos recorrió su rostro con el láser, primero los pómulos, luego la papada y finalmente el mentón. Dejó a salvo sólo el espacio del bigote. Frida salió del baño con los ojos enrojecidos por el llanto, lo que no le impidió soltar una pequeña risotada cuando vio el cambio ocurrido en Gael.
– ¿Qué pasa? ¿Te gusto? –fue la reacción inmediata.
–La verdad que te prefería con pelo. ¿Te depilaste ahí arriba también?
–No, ni la melena ni el bigote. Del resto puedo prescindir.
–A mí no me vendría mal un cambio. ¿Habrá hormonas?
–Las que guste.
Frida revisó el inventario y decidió el curso a seguir. Se vendó los senos, se inyectó una dosis de hormonas masculinas y se colocó la crema para el crecimiento del bello facial. En menos de una hora su rostro estaba poblado de cabello que rasuró para dejar sólo una sombra en las mejillas. Se dejó un candado corto alrededor de su boca y se cortó el cabello muy corto, apenas unos milímetros de largo. Luego utilizó su cepillo para teñirse cabeza, bigote y barba de un tono de dorado intenso. La ingesta de unos aminoácidos le dieron algo más de volumen corporal y un tatuaje de una calavera negra en la mano completó el cuadro.
–Qué tal.
–Perfecto. Falta un detalle. Probatelos.
Gael le entregó unas lentes de contacto que servían para esconder el iris de los identificadores que existen en todas partes. Al escanear el ojo la computadora confundía al usuario con otra persona, alguien sin antecedentes y que, por lo tanto, no era buscado por la policía.
– ¿Vamos?
–Vamos.
Subieron al vehículo y lo usaron para llegar a los suburbios. Allí lo abandonaron y buscaron un taxi para ir hasta el casino. Mientras el transporte se elevaba hacia las nubes Gael y Frida se tomaban de la mano. Tenían que jugar el as que guardaban en la manga, el último.

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