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martes, 11 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA -episodio 6 de 12.


6.

El gerente se presentó minutos más tarde con un séquito que se afanaba en tomar nota de la situación y efectuar conjeturas sobre los posibles pasos a seguir. Sin mucho preludio, el hombre del traje rojo fue embolsado y sacado del bar. Varios robots de maestranza limpiaron rastros de sangre, vidrios rotos y astillas de madera. Les cambiaron la mesa por otra y les repusieron las bebidas.
–Lamentamos este infortunado incidente, lo que consuman hoy irá por cuenta de la casa.
– ¿Qué van a hacer con el paquete? –inquirió Gael.
–En minutos más será lanzado a las tolvas que utilizamos para triturar residuos. ¿Por qué?
–Curiosidad. ¿Siempre se deshacen de sus huéspedes de esta forma?
–Oh, ese no era un huésped.
– ¿No?
–No, era un clon, los usamos para seguridad. Si alguien los mata, nadie lo lamenta.
–Claro, entiendo. ¿No les preocupa que lo hayan matado?
–En lo más mínimo. Tenemos muchos.
El gerente se retiró y Gael tomó su copa con nerviosismo.
–Qué te pasa – preguntó Frida.
–No sé, es todo muy raro.
– ¿Lo del clon?
–Sí, ¿le creíste?
– ¿Importa?
–La verdad que no. ¿Cómo vamos a ubicar al abuelo?
Frida sonrió ante la ocurrencia. –Tengo un explorador.
– ¿Sí? Dónde.
–En mi cartera –dijo dándole una palmada al bolso–. Aprovechemos que la cosa va por cuenta de la casa y pidamos algo bueno.
–No seas avara, tenemos dinero, se siente mejor cuando se paga.
– ¿Sí? ¿Sos de usar prostitutas?
–A mucha honra, ¿qué tenés contra ellas?
–Nada, era un chiste.
–Me refería a que lo gratuito tiene gusto a caridad.
–A mí me gustan las cosas caras –dijo Frida–, más todavía cuando no tengo que pagarlas.
–Mejor vamos, quiero liquidar el negocio lo antes posible.
–De acuerdo –dijo mientras se levantaba–, vamos.
Salieron del bar y caminaron el largo pasillo bordeado por filas de máquinas tragamonedas que llevaban al núcleo de elevadores. Cientos de personas con grandes vasos de cartón llenos de monedas de a un denario accionaban las palancas con una sincronización y un ritmo sorprendente. Pero no eran los jugadores compulsivos los únicos en el salón. Los ojos del Clan vigilaron a la pareja que se paseaba con gracia sobre la alfombra verde.
Subieron a una cabina atestada y tuvieron que hacer unas quince paradas antes de llegar a su piso. Junto con ellos bajó una mujer muy alta, de casi dos metros y medio de altura, que caminó en sentido opuesto por el corredor de distribución del piso. Entraron a la suite, no sin antes comprobar que nadie los seguía. Enseguida fueron hasta los sillones del living y Frida sacó de su bolso el explorador.
Se trataba de un pequeño robot con forma de cubo que tenía la habilidad de cambiar de forma conforme la necesidad del momento. En manos de Frida se encontraba el control remoto del artefacto. Era una caja negra que funcionaba como un proyector a la cual se conectaba un dispositivo direccional que movía al explorador en cualquier dirección. El usuario se conectaba mediante electrodos a la caja y recibía imágenes en su mente desde la posición del explorador.
Frida encendió el dispositivo y el cubo se convirtió en una esfera del tamaño de una cereza. Rodó hasta las ventilas del aire acondicionado y se filtró entre las rendijas como si fuera un cable de fibra óptica. Retomó su forma esférica y se deslizó por la tubería hacia el centro para ascender por la columna principal hasta el nivel superior donde se encontraba la suite de Eli. Una vez allí, se filtró por otra rendija y se transformó en una mosca que comenzó a volar por la habitación hasta llegar a la puerta. Allí se colocó como una película sobre el panel de la cerradura magnética a la espera de que alguien pulsara la combinación necesaria para destrabar el mecanismo de cierre. Tardaron un rato, pero un guardaespaldas apretó la secuencia correcta que quedó grabada en la mente de Frida. La puerta se abrió y de inmediato el explorador abandonó su forma para deslizarse hacia el pasillo exterior. Allí detectó la presencia de cuatro hombres armados en guardia permanente. El guardaespaldas se acercó a otra puerta, la del elevador y sacó una tarjeta idéntica a la que Gael había encontrado en el sobre que halló en el viejo depósito. El explorador se desplazó nuevamente a las ventilas del aire acondicionado y regresó al living de la suite. Había tres puertas cerradas. La primera era un cuarto de baño, la segunda el dormitorio, que estaba vacío, y la última era una sala de reuniones. Allí estaba Eli, junto a sus invitados, compartiendo una partida de póquer. Seis jugadores, tres guardaespaldas, dos robots de servicio.
El explorador se retiró por los conductos de aire acondicionado hacia la suite que Frida y Gael compartían. Frida desconectó los electrodos y guardó todo el equipo en su bolso. Habían comprobado que el trabajo era difícil, pero no imposible.

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