6.
El gerente se presentó minutos más tarde con un séquito que
se afanaba en tomar nota de la situación y efectuar conjeturas sobre los
posibles pasos a seguir. Sin mucho preludio, el hombre del traje rojo fue
embolsado y sacado del bar. Varios robots de maestranza limpiaron rastros de
sangre, vidrios rotos y astillas de madera. Les cambiaron la mesa por otra y
les repusieron las bebidas.
–Lamentamos este infortunado incidente, lo que consuman hoy
irá por cuenta de la casa.
– ¿Qué van a hacer con el paquete? –inquirió Gael.
–En minutos más será lanzado a las tolvas que utilizamos
para triturar residuos. ¿Por qué?
–Curiosidad. ¿Siempre se deshacen de sus huéspedes de esta
forma?
–Oh, ese no era un huésped.
– ¿No?
–No, era un clon, los usamos para seguridad. Si alguien los
mata, nadie lo lamenta.
–Claro, entiendo. ¿No les preocupa que lo hayan matado?
–En lo más mínimo. Tenemos muchos.
El gerente se retiró y Gael tomó su copa con nerviosismo.
–Qué te pasa – preguntó Frida.
–No sé, es todo muy raro.
– ¿Lo del clon?
–Sí, ¿le creíste?
– ¿Importa?
–La verdad que no. ¿Cómo vamos a ubicar al abuelo?
Frida sonrió ante la ocurrencia. –Tengo un explorador.
– ¿Sí? Dónde.
–En mi cartera –dijo dándole una palmada al bolso–.
Aprovechemos que la cosa va por cuenta de la casa y pidamos algo bueno.
–No seas avara, tenemos dinero, se siente mejor cuando se
paga.
– ¿Sí? ¿Sos de usar prostitutas?
–A mucha honra, ¿qué tenés contra ellas?
–Nada, era un chiste.
–Me refería a que lo gratuito tiene gusto a caridad.
–A mí me gustan las cosas caras –dijo Frida–, más todavía
cuando no tengo que pagarlas.
–Mejor vamos, quiero liquidar el negocio lo antes posible.
–De acuerdo –dijo mientras se levantaba–, vamos.
Salieron del bar y caminaron el largo pasillo bordeado por
filas de máquinas tragamonedas que llevaban al núcleo de elevadores. Cientos de
personas con grandes vasos de cartón llenos de monedas de a un denario
accionaban las palancas con una sincronización y un ritmo sorprendente. Pero no
eran los jugadores compulsivos los únicos en el salón. Los ojos del Clan
vigilaron a la pareja que se paseaba con gracia sobre la alfombra verde.
Subieron a una cabina atestada y tuvieron que hacer unas
quince paradas antes de llegar a su piso. Junto con ellos bajó una mujer muy
alta, de casi dos metros y medio de altura, que caminó en sentido opuesto por
el corredor de distribución del piso. Entraron a la suite, no sin antes
comprobar que nadie los seguía. Enseguida fueron hasta los sillones del living
y Frida sacó de su bolso el explorador.
Se trataba de un pequeño robot con forma de cubo que tenía
la habilidad de cambiar de forma conforme la necesidad del momento. En manos de
Frida se encontraba el control remoto del artefacto. Era una caja negra que
funcionaba como un proyector a la cual se conectaba un dispositivo direccional
que movía al explorador en cualquier dirección. El usuario se conectaba
mediante electrodos a la caja y recibía imágenes en su mente desde la posición
del explorador.
Frida encendió el dispositivo y el cubo se convirtió
en una esfera del tamaño de una cereza. Rodó hasta las ventilas del aire
acondicionado y se filtró entre las rendijas como si fuera un cable de fibra
óptica. Retomó su forma esférica y se deslizó por la tubería hacia el centro
para ascender por la columna principal hasta el nivel superior donde se
encontraba la suite de Eli. Una vez allí, se filtró por otra rendija y se
transformó en una mosca que comenzó a volar por la habitación hasta llegar a la
puerta. Allí se colocó como una película sobre el panel de la cerradura
magnética a la espera de que alguien pulsara la combinación necesaria para
destrabar el mecanismo de cierre. Tardaron un rato, pero un guardaespaldas
apretó la secuencia correcta que quedó grabada en la mente de Frida. La puerta
se abrió y de inmediato el explorador abandonó su forma para deslizarse hacia
el pasillo exterior. Allí detectó la presencia de cuatro hombres armados en
guardia permanente. El guardaespaldas se acercó a otra puerta, la del elevador
y sacó una tarjeta idéntica a la que Gael había encontrado en el sobre que
halló en el viejo depósito. El explorador se desplazó nuevamente a las ventilas
del aire acondicionado y regresó al living de la suite. Había tres puertas
cerradas. La primera era un cuarto de baño, la segunda el dormitorio, que
estaba vacío, y la última era una sala de reuniones. Allí estaba Eli, junto a sus
invitados, compartiendo una partida de póquer. Seis jugadores, tres
guardaespaldas, dos robots de servicio.
El explorador se retiró por los conductos de aire
acondicionado hacia la suite que Frida y Gael compartían. Frida desconectó los
electrodos y guardó todo el equipo en su bolso. Habían comprobado que el
trabajo era difícil, pero no imposible.
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