7.
–Entonces subimos, matamos a los guardias, entramos
a la suite, matamos a todos y listo.
Gael asintió en silencio.
–Me parece complicado.
–Sí, es complicado, pero no tenemos otra. Si pudiera
meter una bomba como metimos al explorador, lo haría. Pero no hay forma de
hacerlo.
– ¿Cuándo lo hacemos?
–Ya. Vamos.
Gael fue hasta el vehículo y buscó las armas en el
compartimiento secreto debajo de los asientos. Volvió con Frida, que se estaba
cambiando a un traje enterizo de vinilo negro que la convertía en una belleza
fatal. De su cartera sacó un cepillo colorista, ajustó los parámetros y comenzó
a peinarse. Con cada cepillada, el color de su cabello iba cambiando
paulatinamente al color deseado. Gael aprovechó para colocarse un traje de seda
gris oscuro y lentes negros. Se ató la melena en una cola de caballo y colocó
una crema en su rostro para que le creciera el bigote y la barba. El vello
facial aceleró mil veces el ritmo de su crecimiento y en pocos minutos tuvo el
rostro escondido detrás de una barba de tres meses.
–No te queda nada mal la barba.
–Lo sé, por eso no me hice la depilación definitiva,
cada tanto tiene su onda usarla –dijo mientras se pasaba la mano por la barba.
Buceó en la bolsa del armamento y se colocó las pistolas en las fundas
sobaqueras que llevaba debajo del saco. Se puso un cinto magnético y en su
extensión pegó media docena de cargadores de munición y cuatro baterías para el
láser. Frida rellenó media docena de dardos con una toxina paralizante y los
cargó a una de las armas. La otra la cargó con munición común y colocó en su
carterita diez cargadores y seis baterías. También guardó algunas de las placas
explosivas en su bolso por si necesitaban abrirse paso de otra manera.
Salieron de la habitación y caminaron con calma
hacia los elevadores. La mujer alta estaba allí enfundada en un vestido
transparente que dejaba a la vista sus partes íntimas. Gael distrajo sus ojos
con el trasero esculpido de la mujer, motivo por el cual no notó que tenía un
arma injertada en la mano. Para su fortuna, Frida había estado menos atenta a
las curvas y más suspicaz hacia la coincidente presencia de aquella mujer en el
pasillo. Para cuando el arma de la gigante estuvo frente al rostro de Gael,
Frida ya había disparado un dardo contra el cuello de la asesina. La mujer
comenzó a luchar con las toxinas para recuperar el control de su cuerpo y así
accionar el gatillo contra su blanco, pero todo esfuerzo era inútil. Gael la
tomó de las axilas y la arrastró hacia un closet de servicio que estaba a pocos
pasos. Allí la introdujo después de preguntarle para quién trabajaba, pero ella
se rehusó a responder.
–En dos minutos eso te llega al corazón. Eso te va a
matar. Aún no es tarde para el antídoto.
–Morite, imbécil.
–Como quieras, vos primero –dijo y le cerró la
puerta en la cara.
La puerta del elevador se abrió y subieron. Adentro
había una pareja que se besaba con pasión, un hombre que se apoyaba contra su
amigo para no caerse de la borrachera y un hombre de traje negro y camisa
blanca. Nueve pisos más arriba bajó el borracho y veinte pisos más allá fue el
turno a la pareja. Gael miró fijo al hombre de negro, convencido que era del
Clan, pero éste no se inmutó y bajó en el piso doscientos nueve. Apenas se
cerró la puerta Gael introdujo la tarjeta en la ranura debajo del panel de
botones y el elevador comenzó a acelerar para detenerse en el piso superior.
Gael y Frida desenfundaron y esperaron a que se abriera la puerta. El tiroteo
fue corto. Gael derribó con láser a los dos de la derecha, acertándoles a ambos
entre los ojos, mientras que Frida utilizó los dardos con uno y balas con el
otro. Los cuatro guardias cayeron muertos sin disparar una sola vez. Enseguida
Frida introdujo el código y la puerta de la suite se destrabó. Sin que ésta se
abriera, las balas disparadas por dos ametralladoras comenzaron a volar por el
pasillo. Detrás de una pared holográfica se escondía un grupo de refuerzo que
ahora disparaba desde la derecha. Con el pecho clavado en el suelo, contestaron
el fuego a ciegas. Frida buscó en su bolso uno de los explosivos, fijó el reloj
en cuatro segundos y arrojó la bomba al otro lado de la pared. La explosión
acabó con los soldados y con el dispositivo holográfico que los escondía.
Entraron al cuarto para encontrarse con más guardias
escondidos en puntos estratégicos. Gael le acertó al primero, Frida derribó a
un segundo y el tercero se replegó al cuarto de juegos. Otro de los explosivos
voló la puerta y las balas se ocuparon de todos los presentes. Amir Eli yacía
en el suelo entre fichas, naipes y la sangre de sus amigos. Aún respiraba.
–Gentileza de Stavros –dijo Frida y de inmediato
disparó contra el rostro del blanco.
Regresaron corriendo a los ascensores y se
introdujeron en el mismo que los había llevado hasta allí. Bajaron cinco pisos
para salir al pasillo y tomar la escalera de servicio. Seis pisos más abajo se
encontraron con los clones de rojo subiendo las escaleras armados hasta los
dientes. Salieron al pasillo y volaron la puerta de una suite. Una mujer se
desnudaba sensualmente frente a un auditorio de hombres descontrolados. Gael
les apuntó con el arma y les ordenó que les dieran las llaves de uno de los
vehículos detenidos en la dársena privada. Les entregaron las llaves de todos,
sin excepción. En el hangar había seis unidades modernas y en perfecto estado,
Eligieron una al azar y despegaron de inmediato con destino a las planicies desérticas
de Rowela. Al constatar que nadie los seguía, se relajaron y se felicitaron por
un trabajo bien hecho.
– ¿Estás bien? –preguntó Gael al notar que Frida se
tocaba el brazo.
–No es nada. Pasó de largo sin tocar el hueso.
Supongo que en las cuevas podrás arreglarme.
–Primero te arreglo, después abro un champagne y
festejamos. ¿Te parece?
–Me parece.
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