1.
Gael llegó al bar cargado de cansancio. Durante todo el día,
se la había pasado en el puerto espacial controlando la entrada y salida de los
cargueros que llenaban sus bodegas con los minerales que cubrían las
necesidades de toda la galaxia. Había sido un día difícil. Las dársenas del
nivel inferior habían quedado inutilizadas por un desperfecto provocado por los
parásitos solares que cada tanto se filtraban a través de las barreras de
neutrones.
El cantinero le sirvió una pinta de cerveza y la dejó sobre
el mostrador junto a la mano derecha de Gael.
– ¿Todo bien?
–Pronto lo estará– dijo señalando el vaso.
–Escuché que hubo problemas en el puerto.
–Lo de siempre, esos parásitos de mierda. ¿Algo nuevo por
acá?
El cantinero le hizo una seña hacia la izquierda y Gael se
dio vuelta para observar. –Que te parece –dijo el cantinero.
Gael fijó en la mujer de piel dorada y cabello violáceo.
Parecía joven, aunque era difícil determinar la edad de una persona con todos
los tratamientos disponibles para mantenerse ajena al paso del tiempo. Tenía
ese aire elegante que tanto le gustaba, con sus pantalones de cuero y un corsé
de tela camaleón, del tipo de las que tienen los colores en movimiento
constante. Dentro del corsé, sus pechos parecían a punto de explotar. Al notar
que era observada, giró la cabeza en dirección a la barra y sus ojos rojos se
encontraron con los de Gael. Él levantó su copa en señal de saludo y ella
respondió con una sonrisa. De inmediato se bajó de la banqueta y achicó a paso
largo la distancia que los separaba. Su mirada no lo soltó ni un instante,
hasta que se colocó en el límite marcado por la mesa.
– ¿Puedo invitarte un trago?
–No –respondió ella sin volver a mirarlo.
La decepción se apoderó del rostro de Gael. – ¿No?
–No –dijo mientras volvía a clavarle los ojos–, prefiero que
me lleves a otra parte.
Feliz por la respuesta, le tendió la mano para ayudarla a
levantarse. –Me llamo Gael.
–Hola Gael, yo soy Frida.
–Encantado, ¿adónde te llevo?
–No lo sé, vamos y vemos.
Salieron juntos hacia el callejón donde Gael había dejado
conectado su vehículo recargando las baterías. Despegaron y se encaminaron
hacia los anillos, donde estaban los mejores clubes nocturnos del planeta. En
el camino ella le contó parte de su historia. Nacida en el sistema de Alpha
Circini, en una colonia minera dedicada a la explotación de un anillo de
asteroides, salió de allí gracias a una beca para la Academia Naval de Marte,
de la cual fue expulsada poco antes de graduarse a causa de una pelea con su
oficial superior. Luego consiguió trabajo con un contratista privado de
seguridad para escoltar convoyes comerciales por áreas peligrosas. En un
enfrentamiento con piratas cerca de Gamma Velorum resultó gravemente herida,
con quemaduras en casi todo el cuerpo. Los médicos le hicieron injertos con
piel cultivada a partir de unas pocas células en buen estado reforzadas con
gamaglobunaurea, lo que le daba el tono dorado a su piel.
–Ahora estoy desocupada –concluyó–, la compañía no quiso
reincorporarme, tienen la idea de que traigo mala suerte.
–Que idea extraña.
–Sí, pero así son las cosas.
Gael arrimó el vehículo a la dársena de “El Infierno”, un
popular club nocturno. Bajaron de la nave y se dirigieron a la puerta
custodiada por dos colosos de la bioingeniería mecánica que marcaban a quienes
podían entrar y a quienes no.
–Brutus –dijo Frida–, él viene conmigo.
El cyborg se hizo a un lado y los dejó pasar sin decir nada.
Adentro, las pistas de baile se deslizaban en un campo magnético esférico que
generaba su propio centro gravitacional, lo que mantenía a la concurrencia
sobre el suelo con prescindencia de la posición de su eje. Había una banda
tocando en la burbuja de gravedad cero. Sus instrumentos transmitían ondas de
radio que penetraban la esfera magnética por su centro y se dispersaban en
diferentes frecuencias conforme recorrían las pistas. Así, cada una de las
siete pistas tenía una música diferente.
Tomó la mano de Gael y caminó hacia el borde de la esfera.
Tenían que esperar que el movimiento de las pistas las acercara a la plataforma
para que pudieran acceder a ella con un salto. Gael se percató entonces de la
presencia de dos caras conocidas con las que no se quería cruzar. –Esto es una
mala idea –le dijo a Frida, y la empujó hacia la salida. Ella lo detuvo en seco
y le preguntó qué sucedía. Él señaló a los hombres y dijo – ¿Conoces al Clan?
–Todos conocen al Clan –respondió con tono serio–, ¿Qué
tienes que ver con ellos?
–Les debo dinero.
– ¿Cuánto?
– ¡Cuidado! –dijo Gael empujando a Frida al suelo. Los
disparos de pistola pasaron de largo e impactaron en una mujer que recién
entraba al local. Brutus se asomó desde la puerta y al identificar el origen
del disturbio comenzó a dispararle pulsos de plasma. Gael tomó la mano de Frida
y juntos se deslizaron hacia la puerta para escapar. Una vez afuera, se dirigieron
al vehículo y huyeron. Frida, una vez que pudo recuperar el aliento, le lanzó
una mirada inquisitiva y comentó – ¿Tanto les debes?
–Y más.
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