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jueves, 6 de diciembre de 2012

BAJO LA LUNA AZUL DE ROWELA - entrega 1 de 12


1.

Gael llegó al bar cargado de cansancio. Durante todo el día, se la había pasado en el puerto espacial controlando la entrada y salida de los cargueros que llenaban sus bodegas con los minerales que cubrían las necesidades de toda la galaxia. Había sido un día difícil. Las dársenas del nivel inferior habían quedado inutilizadas por un desperfecto provocado por los parásitos solares que cada tanto se filtraban a través de las barreras de neutrones.
El cantinero le sirvió una pinta de cerveza y la dejó sobre el mostrador junto a la mano derecha de Gael.
– ¿Todo bien?
–Pronto lo estará– dijo señalando el vaso.
–Escuché que hubo problemas en el puerto.
–Lo de siempre, esos parásitos de mierda. ¿Algo nuevo por acá?
El cantinero le hizo una seña hacia la izquierda y Gael se dio vuelta para observar. –Que te parece –dijo el cantinero.
Gael fijó en la mujer de piel dorada y cabello violáceo. Parecía joven, aunque era difícil determinar la edad de una persona con todos los tratamientos disponibles para mantenerse ajena al paso del tiempo. Tenía ese aire elegante que tanto le gustaba, con sus pantalones de cuero y un corsé de tela camaleón, del tipo de las que tienen los colores en movimiento constante. Dentro del corsé, sus pechos parecían a punto de explotar. Al notar que era observada, giró la cabeza en dirección a la barra y sus ojos rojos se encontraron con los de Gael. Él levantó su copa en señal de saludo y ella respondió con una sonrisa. De inmediato se bajó de la banqueta y achicó a paso largo la distancia que los separaba. Su mirada no lo soltó ni un instante, hasta que se colocó en el límite marcado por la mesa.
– ¿Puedo invitarte un trago?
–No –respondió ella sin volver a mirarlo.
La decepción se apoderó del rostro de Gael. – ¿No?
–No –dijo mientras volvía a clavarle los ojos–, prefiero que me lleves a otra parte.
Feliz por la respuesta, le tendió la mano para ayudarla a levantarse. –Me llamo Gael.
–Hola Gael, yo soy Frida.
–Encantado, ¿adónde te llevo?
–No lo sé, vamos y vemos.
Salieron juntos hacia el callejón donde Gael había dejado conectado su vehículo recargando las baterías. Despegaron y se encaminaron hacia los anillos, donde estaban los mejores clubes nocturnos del planeta. En el camino ella le contó parte de su historia. Nacida en el sistema de Alpha Circini, en una colonia minera dedicada a la explotación de un anillo de asteroides, salió de allí gracias a una beca para la Academia Naval de Marte, de la cual fue expulsada poco antes de graduarse a causa de una pelea con su oficial superior. Luego consiguió trabajo con un contratista privado de seguridad para escoltar convoyes comerciales por áreas peligrosas. En un enfrentamiento con piratas cerca de Gamma Velorum resultó gravemente herida, con quemaduras en casi todo el cuerpo. Los médicos le hicieron injertos con piel cultivada a partir de unas pocas células en buen estado reforzadas con gamaglobunaurea, lo que le daba el tono dorado a su piel.
–Ahora estoy desocupada –concluyó–, la compañía no quiso reincorporarme, tienen la idea de que traigo mala suerte.
–Que idea extraña.
–Sí, pero así son las cosas.
Gael arrimó el vehículo a la dársena de “El Infierno”, un popular club nocturno. Bajaron de la nave y se dirigieron a la puerta custodiada por dos colosos de la bioingeniería mecánica que marcaban a quienes podían entrar y a quienes no.
–Brutus –dijo Frida–, él viene conmigo.
El cyborg se hizo a un lado y los dejó pasar sin decir nada. Adentro, las pistas de baile se deslizaban en un campo magnético esférico que generaba su propio centro gravitacional, lo que mantenía a la concurrencia sobre el suelo con prescindencia de la posición de su eje. Había una banda tocando en la burbuja de gravedad cero. Sus instrumentos transmitían ondas de radio que penetraban la esfera magnética por su centro y se dispersaban en diferentes frecuencias conforme recorrían las pistas. Así, cada una de las siete pistas tenía una música diferente.
Tomó la mano de Gael y caminó hacia el borde de la esfera. Tenían que esperar que el movimiento de las pistas las acercara a la plataforma para que pudieran acceder a ella con un salto. Gael se percató entonces de la presencia de dos caras conocidas con las que no se quería cruzar. –Esto es una mala idea –le dijo a Frida, y la empujó hacia la salida. Ella lo detuvo en seco y le preguntó qué sucedía. Él señaló a los hombres y dijo – ¿Conoces al Clan?
–Todos conocen al Clan –respondió con tono serio–, ¿Qué tienes que ver con ellos?
–Les debo dinero.
– ¿Cuánto?
– ¡Cuidado! –dijo Gael empujando a Frida al suelo. Los disparos de pistola pasaron de largo e impactaron en una mujer que recién entraba al local. Brutus se asomó desde la puerta y al identificar el origen del disturbio comenzó a dispararle pulsos de plasma. Gael tomó la mano de Frida y juntos se deslizaron hacia la puerta para escapar. Una vez afuera, se dirigieron al vehículo y huyeron. Frida, una vez que pudo recuperar el aliento, le lanzó una mirada inquisitiva y comentó – ¿Tanto les debes?
–Y más.

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