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martes, 24 de julio de 2012

Cada escritor tiene su proceso. En mi caso, cada vez que escribo algo tengo un proceso que poco tiene que ver con el proceso anterior. Quizá eso se llame evolución.

Empecé a escribir de muy chico. No me refiero a cuando, en primer grado del primario, aprendí a dibujar, con una caligrafía que nunca fue demasiado prolija, mis primeras letras. Ya desde pequeño se notaba que no era un dotado para el dibujo. Me refiero a cuando, de manera espontánea, decidí agarrar mi lapicera Parker 45 color bordó que me manchaba los dedos guioné los dibujos de mi amigo Ale Anderson a los que le dimos forma de comic y bautizamos "Sam contra el Barón Rojo".

Gracias a Dios, yo me quedé con ese cuaderno de tapa blanda de 48 hojas que, cuando mi padre vendió la casa que teníamos en Ezeiza, se perdió junto con todos mis cuadernos escolares que mi madre atesoraba en uno de los placares. Quizá esa historia infantil, escrita cuando teníamos entre diez y once años, haya alimentado el fuego de algún asado. Pero algo quedó de todo eso, una semilla que hizo que hoy, treinta y dos años después de haber tenido esa iniciativa, me encuentre sentado frente a la pantalla de mi compu escribiendo estas líneas.

Evolucioné. No tengo duda de ello. En el camino quedó mi primera novela, un escrito espantoso de ciencia ficción que llenó unos doscientos folios a un espacio mecanografiados por una máquina Remington portátil que aún conservo en alguna parte (eso, si mi mujer no la tiró a la basura sin mi conocimiento). Siempre pensé que iba a tomar esas páginas y convertirlo en algo decente. Para empezar, iba a ponerle todos y cada uno de las tildes omitidas (cerca de medio millón), a poner las mayúsculas al principio de cada oración y que iba a colocar los guiones como corresponde. Pero esos folios desaparecieron. No creo que haya sido un ladrón literario con ánimo de plagiarme. Más bien creo que fue algún alma caritativa que quiso evitarme un bochorno en mi futuro.

Si me pusiera a enumerar cada una de las cosas que escribí y quedaron en el camino, tendría que hacer una lista llegaría de la Tierra a la Luna, porque si hay algo por lo que me destaco es por haber sido muy prolífico. Al pedo, pero prolífico. Escribí durante la secundaria, durante la facultad y hasta que nació mi primera hija. Después, por necesidad y por falta de tiempo, dejé de hacerlo. 

Pasaron muchos años hasta que volví a hacerlo. El culpable es mi amigo Walter, que en aquél entonces trabajaba en el mismo estudio jurídico que yo. Él ocupaba el despacho contiguo al mio y, dado que me lleva varios años de ventaja en el ejercicio de la profesión de abogado, era habitual que me corriera a su escritorio para discutir la estrategia a seguir en un caso determinado. Aunque reconozco que lo que al principio era una necesidad luego se convirtió en un hábito que amenizaba el tedio de lo jurídico.

Resulta que un día en el que estaba concentrado en algo importante, como podía ser una partida de solitario en la máquina, se metió en mi despacho con un ejemplar de la revista "Abogados" y me comentó que había un concurso de cuentos para abogados. Leí las bases. No había premio en dinero, ni siquiera estaba claro si iban a entregar un diploma al ganador. Había que escribir un cuento que ocurriera dentro de una mediación o una conciliación laboral.

Vos, que decís que escribís , me desafió¿por qué no presentás algo?

Primer culpable, Walter. 

Entonces abrí el Word y empecé. Diez minutos más tarde, "Un Conflicto Sobrenatural" estaba listo.

Le mandé el escrito por mail a Walter y éste me corrigió dos tildes y un par de comas. Me dijo, sorprendido, que le gustaba (aunque él lo niegue, así fue) y lo imprimimos allí mismo. Puse como pseudónimo "EL VIKINGO", lo ensobré y lo llevé al día siguiente a la sede de la calle Corrientes al 1400 del Colegio Público de Abogados.

Tres meses más tarde, la recepcionista del Estudio me llamó por el interno y me dijo que tenía en línea a la Dra. Itatí Di Guglielmo, a la que conocía de haber ido a varias conciliaciones laborales en su estudio. Ella siempre me recordaba porque la primera vez que fui a una conciliación laboral con ella como conciliadora fui con mi hija mayor, que tenía tres meses en aquél momento, colgada de una mochila y con su cabeza apoyada contra el lugar donde late mi corazón. Saludé a la Dra. Itatí por el teléfono y ella me dio la noticia. Y yo no podía creerlo. No sólo me iban a dar un diploma sino que el grupo de teatro del Colegio había decidido actuarla.

El cuento fue publicado en la Revista "Abogados" y luego en una Antología de cuentos premiados en concursos organizados por el Colegio. Lo que más recuerdo es que la Dra. Itatí me dijo que había habido cuentos buenos, pero que el mío había ganado por robo.

Segundo culpable, la Dra. Itatí.

Empecé a escribir más seguido. En un cuaderno espiralado de 96 páginas empecé a escribir cuentos en el subterráneo. Rubber Soul fue escrito en los viajes de ida al trabajo y corregido dentro de mi oficina en el estudio. En el camino conocí por la web a Pato Campolieti, una profesora de literatura en varios secundarios que se desvive por los adolescentes atormentados que Dios pone en su camino. Ella me ayudó con las correciones de Rubber Soul, libro de cuentos que apresuradamente publiqué por Editorial Dunken. Pato no sólo me ayudaba con lo técnico, siempre me dio un soporte espiritual que necesitaba con desesperación.

Tercer culpable, Pato.

En paralelo, ocurrieron muchas cosas. Era 2005 y el diario La Nación online abrió un foro de cuentos con una consigna semanal. Era un concurso que daba premios honoríficos al mejor cuento de menos de 180 palabras entre los usuarios registrados que los presentaran respetando la consigna. 

La primera semana ganó Rosario Collico con "Es 25 de mayo", a la semana siguiente gané yo con "La Chalupa Submarina". Pese a que sabía que no iba a volver a ganar, ya que el diario había anunciado que no repetirían ganadores, no dejé de participar. Allí conocí a Haydeé "Heidi" Guzmán (nadie le dice Heidi, sólo yo), una persona genial que era muy prolija en sus escritos y muy sabia en sus consejos. Ella fue la que terminó de moldearme como el escritor que comenzó a evolucionar hacia algo bueno. Gracias a ella y a Pato, terminé de corregir "La Pandilla de la Calle Perdida", mi primera novela, y gracias a ellas hoy soy capaz de corregir mis propios escritos. 

Cuarto culpable, Heidi Guzmán.

Mi proceso fue duro, desalentador y lleno de espinas. No sé si me gané el odio de mucha gente. Si lo hice, no fue algo buscado. Sí me doy cuenta que en el ambiente de los que escribimos, es difícil encontrar gente generosa. Pero que los hay, los hay.

Comencé a escribir la primera columna de este blog como lo hago con casi todos mis escritos, cuentos y novelas por igual, sin mucha idea de lo que quería decir. Se ve que tengo mucho atorado, porque las palabras salieron como tiro. Ya veremos que nos pasa en la próxima.

Desde Buenos Aires los abrazo. Brian.



2 comentarios:

  1. Hola JBD,

    Desde hoy me tienes por acá. Eres un escritor genial y visitaré cada rincón de esta casa hasta encontrar la llave de la vida que también describes.

    Un fuerte abrazo, querido amigo desde Galicia.

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