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jueves, 26 de julio de 2012

Aún está con nosotros

Mi vieja Remington está en un rincón oscuro de mi casa, pero está. 

Esta vieja máquina de escribir portátil es un resabio de una época en la cual la vida era muy diferente a la de ahora. Estaba en casa de mi viejo y un día me dijeron que la iban a tirar a la basura. Antes de que pudieran perpetrar el crimen, la agarré por la manija y me la traje para casa.

Cuando mis hijas la vieron abrieron los ojos asombradas.

-¿Que es eso, papá?
Claro, ellas nacieron en la época de las computadoras y nunca habían visto un artilugio tan extraño. Mucho menos envuelto en su capullo. 

-Una máquina de escribir -respondí, y le quité la tapa a la Remington.
Hileras de teclas dispuestas como un teclado de computadora incompleto, un rodillo negro con palanca, una cinta de tela rojo y negra y un abanico de tipos con las letras metálicas que se movían conforme se apretaban las teclas.

Coloqué un folio en el rodillo y les dije que la probaran. Lo primero que se dieron cuenta fue que para usarla había que hacer una fuerza colosal. Al principio, el golpe de la tecla no lograba que las varillas con los tipos gráficos llegaran a tocar la cinta de tinta, pero a medida que ganaban impulso en sus golpes, las letras aparecieron en el papel. 

Confieso que la costumbre del teclado de mi PC me había hecho olvidar cuanta energía hacía falta para escribir una hoja completa en esa vieja Remington. Y pensar que había veces en que me sentaba y escribía hasta veinte folios completos. El sonido atronador de la máquina, la campanada cada vez que se llegaba al final de la línea, la mecánica de colocar los folios de manera correcta para que el texto estuviera centrado. 

Hace un par de inviernos, las llevé a visitar el complejo formado por la Casa del Virrey Liniers y de Ángel Estrada, una ubicada en la calle Venezuela 469 y la otra a la vuelta, sobre la calle Bolívar 466. La casa de Liniers pertenecía a la familia Sarratea y sirvió de vivienda al virrey cuando ocupó el cargo en Buenos Aires.

La familia Sarratea se emparentó por matrimonio con los Estrada y Don Ángel, fundador de la editorial Estrada, se convirtió en su propietario. En el edificio de la calle Bolívar, que esta conectado por dentro con el de la calle Venezuela, funcionó la editorial en sus primeros años.

Allí pudimos ver de primera mano como funcionaba una imprenta de 1869, la primera que tuvo la editorial. Había que poner letra por letra los tipos gráficos, había que entintarlos y después se ponía el papel y con un rodillo de madera se pasaba por el reverso de la hoja con fuerza. La tinta pasaba al papel y luego a secarse.

Hoy, tengo una impresora láser que imprime 12 folios A4 en un minuto. Hoy, si me equivoco al escribir, oprimo una tecla y el error desaparece. Al ver como funcionaba la Remington, mis hijas preguntaron cómo corregía si me equivocaba. No había correctores líquidos, ni siquiera la cinta de corregir que tenían al IBM con cabezal con forma de pelota.
No había nada de eso. Dependiendo del error, o se le daba dos o tres golpes con la letra correcta o se aplicaba la X con rigor para tachar.

Siempre dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Hoy tenemos muchos problemas, pero también muchas ventajas. Computadoras, celulares y otros artefactos hacen que importantes aspectos de nuestra vida sean más fáciles. 

En enero de 2001 yo aún me resistía a comprar un celular. Mi mujer estaba de 8 meses de gestación y estábamos pendientes de un parto que podía llegar en cualquier momento. Entonces, el 24 de ese mes, mientras estaba en la oficina, comenzó a llover. A eso de las 18 salí del estudio, me dirigí a la estación Tribunales del subte D y me metí en un tren que me devolvería a casa. Mi jefa estaba de vacaciones, así que me había dejado su teléfono para que atendiera las urgencias de los clientes que pudieran llamar. Era un viejo Star Tac de Motorola sin pantalla digital, el de los números rojos. 
Al llegar a la estación Plaza Italia, el altavoz anunció que el servicio no continuaba por problemas técnicos. Resignado, bajé con la intención de tomarme un colectivo, pero al llegar a la calle me di cuenta de que eso no iba a ser posible.

Gracias al celular de mi jefa, mi esposa se mantuvo tranquila gracias a los llamados regulares que le hice durante las tres horas que me llevó ir de Plaza Italia a Núñez. No me imagino esa situación buscando un teléfono de Entel de los naranjas con cospeles especiales 
Eso, si hubiera tenido un aparato en casa.

Sin embargo, sobrevivimos a una época más difícil en ciertos aspectos que esta. Como, antes de nosotros, la gente sobrevivía a épocas en las que no tenían agua corriente, luz o, siquiera, un baño completo.

Sobrevivimos y seguiremos sobreviviendo. Y tendremos nuevas anécdotas que contar.

Los abrazo desde Buenos Aires. Brian.

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