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domingo, 29 de julio de 2012

FRAGMENTO DE MI ÚLTIMA NOVELA (aún sin título y en sus procesos iniciales)


Lorena Juárez había sido la maestra de la escuela de El Durazno durante los últimos treinta años. Había llegado allí recién salida de la Universidad con grandes planes y ambiciones, pero pronto se dio cuenta de que el Banco no estaba interesado en grandes proyectos. Tan sólo quería mantener funcionando una escuela en un lugar apartado que requería de los servicios básicos de educación.
No obstante su frustración inicial, Lorena se enamoró del paisaje y nunca quiso abandonarlo. Sus planes quedaron relegados frente a la perspectiva de una vida tranquila y feliz dentro de una pequeña comunidad que la había acogido con los brazos abiertos y a la cual nunca querría abandonar, ya que allí, en ese valle ondulado había encontrado el amor.
Valentín Escalante era un hombre de campo, duro y sin demasiados modales, pero era el hombre más atractivo con el cual Lorena había cruzado mirada jamás. Lo vio el día que llegó a la escuela. Ella apenas tenía veinte años y él ya era un hombre cuarenta, curtido por la vida a la intemperie. Era alto, de hombros anchos y manos ásperas. Llevaba un tupido bigote negro sobre el labio y el cabello siempre atado en una coleta debajo de la boina que lo protegía del sol. Montaba un caballo silla argentino palomino de crines doradas, sobre el cual siempre lucía alto e imponente.
La escuela era mucho trabajo y Lorena tenía que hacerlo todo por sí misma. Al Banco no le interesaban las goteras en el techo o la pintura ajada en las paredes. Tenía un presupuesto para el mantenimiento básico y tenía que hacer malabares para que alcanzara. Así que cuando no estaba dando clase a los niños se ocupaba de la limpieza y del mantenimiento del lugar.
Los locales, en un principio, tuvieron poca fe en ella. Muchas maestras jóvenes habían llegado para encontrarse con una escuela olvidada por el mundo y, al poco tiempo, habían solicitado su transferencia a otro destino. Pero para Lorena, El Durazno era un paraíso y no tenía intenciones de dejarlo, por lo que se esmeró en hacer de su lugar de trabajo –y vivienda –un lugar confortable. Al tiempo, el pueblo se dio cuenta de que Lorena había llegado para quedarse y comenzaron a mostrarse más dispuestos a colaborar en cualquier empresa que la maestra decidiera llevar a cabo.
Valentín Escalante, por su parte, tuvo noticias de que la nueva maestra había estado preguntando por él. Soltero, sin familia y con uno de los trabajos más importantes del pueblo –era el antecesor de Ramón –, nunca había pensado en casarse. Pero no podía negar que se había fijado en la joven de cabellos negros que había llegado al pueblo diciendo que era la nueva maestra.
La historia de amor que podría haber sucedido en cualquier comarca medieval de Europa se proyectó mil años al futuro y se encarnó en la historia de Valentín y Lorena. El cabalgaba sobre su corcel controlando sus dominios pero con su ojo puesto sobre la joven doncella de cabellos negros que cuidaba de la casa blanca que servía de escuela. Ella observaba al caballero que rondaba su morada desde lejos y en secreto ansiaba el momento en el que él decidiera que era hora de cortejarla.
El romance estaba implícito. Ninguna acción de ninguna de las partes hacía presumirlo, pero allí estaba. Era la comidilla de todo el pueblo. Que Don Valentín se había detenido a acomodar la silla de su caballo frente a la escuela, que Lorena había salido a tomar mate en la galería justo en ese momento. Que se habían saludado con la mirada. Que en ciertos momentos, las palabras sobran.
Entonces hubo una fiesta celebrando el final del año. Valentín llevó su guitarra y cantó para toda la concurrencia, aunque todos sabían que esos viejos poemas que entonaba estaban dedicados sólo a Lorena. Bailaron y al terminar la velada el caballo de Valentín quedó atado en el palenque de la escuela. Pero antes de que el sol saliera, el caballo había regresado a la casa del otro lado del vado.
Nunca se casaron. Nunca vivieron juntos. Ni siquiera una vez lo sorprendió el amanecer en la cama de su amada. Ellos lo preferían así. Todo el pueblo sabía lo que sucedía de noche, pero de día ellos actuaban como si no sucediera nada.

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