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viernes, 4 de enero de 2013

LA GRAN NOVELA ARGENTINA

En más de una ocasión he escuchado historias de Hollywood que hablan del periodista que abandona su empleo para tomarse un año sabático y escribir la "gran novela americana". Es una costumbre que tienen los gringos del norte, considerar que ellos son americanos. Lo son, no lo niego, pero también lo somos los que vivimos en América del Sur, en el Caribe, en Centroamérica, en México y en Canadá. Todos los que vivimos en América, desde el punto más austral al punto más septentrional, somos americanos. Pero los muchachos del norte, en su forma coloquial, consideran que su nacionalidad es la de americanos, no la de estadounidense, como sería más apropiados llamarlos. O no, porque México se llama oficialmente Estados Unidos de México y a los habitantes de aquél país los llamamos mexicanos, ¿por qué no llamar entonces americanos a los habitantes de los Estados Unidos de América? Quizá sea porque los demás países americanos sentimos que ellos nos están robando algo, empezando por la pertenencia a un continente vasto y maravilloso del cual ellos ocupan el 22,90% de su superficie. Ni siquiera son el país más grande, ya que Canadá le gana por unos 160.000 km2.

Ya me estoy yendo por las ramas. La cuestión es que ellos hablan de la gran novela americana. No se trata de una novela en particular sino de una historia que por su tema y forma de ser escrita capturan el espíritu de  su época.

Grandes novelas americanas han sido "Moby Dick", "Las Aventuras de Huckleberry Finn", "El Gran Gatsby", "Lolita", "Matar al Ruiseñor" y aquél libro que fue el que, supuestamente, le dijo a Mark Chapman que mate a Lennon, "El Guardián en el Centeno", también conocida como "El Cazador Oculto".  

Mellville, Twain, Fitzgerald, Sallinger, Faulkner, Dos Pasos, son algunos de los autores que se consagraron como creadores de una gran novela americana.

Carlos Fuentes, ese genio mexicano fallecido no hace mucho, escribió "La Gran Novela Latinoamericana". Se trata de un ensayo sobre la evolución de la novela en latinoamérica. Sin haberlo leído, me creo en condiciones de afirmar que algunos de los que pueden llevarse el título de autores de la gran novela latinoamericana son García Márquez con "Cien Años de Soledad", Cortazar con "Rayuela" o Sábato con "Sobre Héroes y Tumbas". 

Cuando empecé a escribir "La Pandilla de la Calle Perdida" supe que iba a escribir una pequeña gran novela argentina. Y creo que lo logré. Tanto es así, que muchos de mis lectores, ya lo he dicho antes, consideran que se trata de una historia autobiográfica. No lo es. Es la biografía de un anónimo en una época reciente de nuestro país.

Pero no me satisfizo. Sólito fue, entonces, que decidiera escribir una gran novela argentina. Una que abarcara nuestros orígenes y nuestra proyección al futuro. Así nació una historia que comienza en 1806, poco antes de la llegada de contingente inglés que, al mando del general Beresford, conquistaría Buenos Aires durante varios meses.

Esta es una historia que avanza por varios carriles. Uno nos lleva a la Buenos Aires Colonial, con sus costumbres y con los entretelones de una revolución que empieza como una idea que, pronto, inflamará a todo un continente. Otros carriles nos lleva por España, el Paraguay, Uruguay, Chile, el Perú, Brasil y todo el interior de la Argentina. Los personajes son héroes anónimos que secundan a aquellos que terminarán en los mármoles, en los libros de texto escolar y en los carteles de las calles de toda la Argentina. 

La gran novela argentina está muy lejos de conocer su final. Ya hace tres veranos que trabajo en ella, pero es tan arduo hacerlo que luego, durante el año, no puedo seguir con ella. Es como si el sol del estío me diera los bríos que necesito para seguir con ella.

Quizá me lleve una década lograrlo. Quizá más. Es probable que se edite de manera póstuma. No lo sé. Sólo espero poder algún día terminarla. 

Abajo, va un fragmento del borrador que apenas tiene 230 folios entre 1806 y 1815. Todavía me faltan unos 45 años de historia argentina para llegar al final. Es cortito, espero que lo disfruten.

Desde Buenos Aires, los abrazo.


"Lo que siguió al dos de mayo fue una verdadera masacre. Cientos de prisioneros fueron fusilados sin piedad. Miles de casas de la ciudad, existiera o no razones para sospechar que sus propietarios habían tomado parte en el alzamiento, fueron saqueadas por las tropas francesas que tuvieron franquicia para matar, violar, robar o destruir lo que quisieran. El terror se adueñó de Madrid aquella noche.
Miguel se quedó tres noches en la casa de Armando Torres Villanueva, hijo ilegítimo del Duque de Sergobe. Desde los altos de la casa pudieron contemplar los fuegos, pudieron escuchar los disparos de los pelotones de fusilamiento, pudieron oír el llanto de los niños y de las viudas.
Hijos de puta fue todo lo que pudo decir Miguel.
No podría haberlo dicho mejor respondió Armando.
Y no hay una mierda que podamos hacer.
Nada. Lamento lo de tus pistolas, pero no podíamos guardarla.
Lo sé. No quedaba otra que arrojarla al pozo. Es una pena, era un par de pistolas estupendas.
Y tú eres un tirador prodigioso. ¿Dónde aprendiste a tirar así?
En Buenos Aires, allí cazábamos con mi hermano. Y luego cazamos ingleses.
–¿Estuviste en ello? ¿Qué tal estuvo?
Fue algo poético. Parecido a esto, pero contra una fuerza muy menor a la de los franceses. Aunque la segunda vez vinieron como diez mil británicos.
–¿Diez mil? ¿No estarás exagerando?
Para nada. La lucha duró varios días, pero los vencimos. A diferencia de lo que sucedió aquí, en Buenos Aires estábamos bien armados y organizados.
Aquí parece que perdimos, pero en pocos días será toda España la que esté en armas. Y entonces ganaremos.
Claro que ganaremos. Somos España.
Vamos Miguel, busquemos una copa en la cocina y pensemos juntos como vamos a derrotar a esos malditos.
Esa noche bebieron a la salud de los muertos y por la victoria sobre el invasor francés. Al alba del día siguiente, abandonaron Madrid a caballo con rumbo norte. Su destino era una aldea llamada Los Molinos, en la Sierra de Guadarrama, de donde provenía la madre de Armando y donde tenía amigos y parientes que seguramente ya se estaban preparando para combatir contra Francia. Se fueron en silencio, ocultando sus rostros bajo las pesadas capas que, a su vez, impedían que el fuerte abrazo de ese resabio de invierno los hiciera temblar. Pasaron un puesto de guardia que hacía la vista gorda a todos los viajeros, cansados del ajetreo de los últimos días. Cabalgaron al paso, sin apurar a sus monturas, conscientes de que cualquier exceso podía llamar la atención del enemigo. Dijeron ser comerciantes, que tenían negocios en Segovia, Destino final de su viaje.
A su paso por las afueras de Madrid pudieron observar los cuerpos apilados que aún no encontraban su lugar en las grandes fosas que les servirían de sepultura. Había rostros de hombres y de mujeres de todas edades, unos con barbas cubiertas de canas, otros con la piel que aún no había tenido suficiente contacto con el sol como para curtirse. Había rostros que, en otras circunstancias, hubieran sido bellos, pero que en el marco de semejante tragedia habían adoptado un semblante grotesco.
Pasaron de largo, sin hacer preguntas, rezando un Ave María entre los dientes por el descanso eterno de aquellos pobres desdichados. Apenas si desviaron los ojos del camino para mirarlos. Ni siquiera lo hicieron cuando escucharon las carcajadas de un soldado de gorro de piel y chaqueta azul y blanca al ver rodar la cabeza de un niño  frente a los caballos. Pasaron sin chistar, con el gusto amargo que da la impotencia.
Un nuevo rezo nació en esos días. Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu fuerza y que tu voluntad guíe nuestros disparos hacia los gabachos. Danos el pan de cada día y a ellos hambre y miseria, perdónanos por matarlos sin piedad, como ellos no tuvieron piedad de los nuestros en Madrid. No nos dejes caer en la derrota y líbranos del invasor. Amén."

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