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jueves, 27 de septiembre de 2012

LA SUERTE TIENE DOS CARAS - episodio 5.


5.

La muerte de Léntulo causó gran alboroto en la ciudad. Un respetado hombre de negocios, primo del sobrino de un primo de Sila, asesinado a pasos del foro, mientras sus clientes y amigos comían su comida y bebían su vino.
– ¿Adónde irá a parar esta ciudad? –era la pregunta que más se escuchaba en los diferentes círculos de Roma.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Esa misma tarde, el Senado se reunió a discutir la inseguridad que se vivía en las calles de Roma. El Cónsul, un títere de Sila, propuso escribirle una carta al Protector de la ciudad para que él, con su elevado criterio, les aconsejara sobre cuál era el mejor camino para combatir la delincuencia. Algún Senador, de los más despiertos en aquella época, apuntó que Sila no podía ser molestado con semejantes temas que, si bien tenían su importancia, no se asemejaban con la pesada tarea de mantener la grandeza de la República.
El debate se hizo encarnizado, ya que los adictos al Dictador proponían que las tropas se hicieran cargo, y los moderados proponían la creación de un cuerpo de seguridad. Flavio Antonino Gelba sabía lo que significaban los soldados dentro de los muros, por lo que recorría los salones más notables de la ciudad y entre copa y copa pregonaba:
–No debemos permitir que las legiones pasen los muros de Roma. No podemos dejar que Sila suelte a sus siervos dentro de la ciudad. Raptos, ejecuciones sumarias y confiscación de bienes han sido sus métodos predilectos en el pasado. No podemos permitir que ello vuelva a ocurrir.
Aunque inspirado y avalado por numerosos senadores, nadie se atrevía a repetir ese discurso en público. De hecho, bastante peligroso era susurrar esas palabras en privado ya que el Dictador tenía ojos y oídos en todas partes y su mano era implacable.
En la sesión, el cónsul miró a Gelba a los ojos y, sabiendo lo que pensaba, quiso ponerlo en evidencia.
–Flavio Antonino –dijo con singular prepotencia –, parece que no deseas la intervención de nuestro Protector. ¿Acaso tienes una propuesta mejor?
Gelba se puso de pie y accedió al centro del Senado. Recogió su toga para no pisarla al andar y se la acomodó en el hombro. Sus ojos recorrieron el recinto y tomó una buena bocanada de aire antes de comenzar.
–Máximo Bruto Léntulo era un hombre notable, todos lo sabemos. Pero su muerte no ha sido un atentado contra nuestra amada República. Ha sido un crimen común, la muerte de un rico en manos de un bandido. ¿Por qué perturbar al gran Sila con estas pequeñeces? Yo digo que nuestros magistrados deben usar las herramientas que les da la ley para perseguir y enjuiciar a los responsables de estos delitos comunes contra nuestros ciudadanos, ya sean comunes o notables.
El aplauso resonó en el recinto. Gelba se sentó y vio la frustración del Cónsul al no haber podido atraparlo. Se llamó a votación, y se decidió, por una diferencia de dos votos, que se formaría una comisión que visitaría a Sila en su villa de Campania para obtener su consejo divino.

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