4.
Fidias
estaba aterrado. Su amo yacía muerto por una puñalada certera, y el asesino lo
estaba mirando con la misma sonrisa que le había mostrado en la fuente hacía
unos instantes.
–Es
tu día de suerte, esclavo
La
afirmación del asesino, que se estaba agachando para recoger la bolsa de su
amo, lo desconcertó.
–En
otras épocas se hubiera esperado que el esclavo siga la suerte del amo. Vete y
di que el amo te pidió que lo dejes en privado conmigo, pero que no se te
ocurra mencionar mi nombre. Sé donde vives.
Fidias
tragó con esfuerzo y asintió. Sin decir una palabra, regresó al foro y se puso
a atender a los clientes de su amo. Alguno le preguntó que ocurría y contestó
que el amo le había ordenado regresar una vez que hubo encontrado al caballero
que lo requería. Luego continuó respondiendo con evasivas mientras seguía vertiendo vino en las copas de los clientes.
Cuando éste se agotó aprovechó la excusa para desaparecer.
Al
principio, puso proa hacia la casa de Léntulo, pero a mitad de camino se
encontró con Nemesio, que lo llevó a un costado y le ordenó que lo acompañase. Deseó
no ser un esclavo erudito, ya que sus conocimientos de poco servían para
defenderse de la daga que empuñaba Nemesio. Deseó ser un gladiador, un hombre
fuerte y viril, cualquier cosa menos él mismo.
De
pronto se vio caminando por las calles del Subura, el barrio más pobre de la
ciudad, y temió por su vida. Nemesio le ordenó entrar a una taberna. Allí
buscaron una mesa apartada y ordenaron vino y pan pagados con una moneda sacada
de la bolsa que había pertenecido a Léntulo.
Nemesio
esperó a que la hija del tabernero se hubiese retirado, llenó las dos copas de
madera y la alzó para hacer un brindis. –Por Júpiter y nuestra buena fortuna.
Las
copas chocaron y bebieron. Nemesio cortó un pedazo de pan y se lo introdujo en
la boca. –Este sí que es un buen pan, la harina está bien molida, la masa ha
leudado bien, el horno no ha estado demasiado caliente. ¿En la casa de tu amo
se come pan tan bueno como éste?
Fidias
cortó un pedazo de pan y lo sostuvo entre sus manos. En efecto, era un pan
excelente. –Sí, este es el tipo de pan que mi amo prefería.
–Pero
que tú nunca probabas, salvo las sobras.
–El
amo nos alimenta bien.
–Dime
esclavo, ¿estabas huyendo?
–No,
iba a la casa de mi amo.
–Porque
si pretendes huir, sabré donde encontrarte. Ya deben haber encontrado el gordo cadáver
de tu amo. Pronto podrían encontrarte a ti, con el cuello abierto y la bolsa
vacía de tu amo colgando de tu cíngulo.
Fidias
tomó un largo sorbo de vino para tomar coraje. –Sin embargo, creo que si estoy
vivo es porque tienes otros planes para mí.
Nemesio
miró al esclavo y le palmeó el brazo. –Muy bien, eres un siervo perspicaz. Sí,
en efecto, los tengo. No maté al gordo por ciento cincuenta denarios. Lo maté
por principios, porque él tuvo la culpa de que me haya tenido que dedicar a
este negocio, ya sabes, el de asesinar y robar –hizo una pausa que aprovechó
para beber un largo sorbo de vino –. ¿Sabes? Yo era un comerciante honesto. Le
pedí dinero prestado a Léntulo y no pude pagar a tiempo. Me dejó sin nada. Lo
que ocurrió allá fue un acto de justicia. Ahora, quiero mi revancha.
–
¿Y para mí que hay?
–Tu
vida. Quizá, hasta tu libertad. ¿Necesitas algo más?
–Dos
pasajes a África, y doscientos denarios.
–
¿Nada más?
–Con
eso bastará.
Nemesio
pensó dos segundos y apuró lo que quedaba en su copa. –Es razonable lo que
pides –respondió. Se puso un pedazo gordo de pan y comenzó a masticar con la
boca abierta. –Dime, ¿para quién será el segundo pasaje? Tienes cara de
pederasta, ¿algún muchachito quizás?
–Eso
no te incumbe.
–Es
cierto, lo que me incumbe es el dinero que atesoraba Léntulo en su residencia.
Lo quiero.
–Será
tuyo. Esta noche.
Fidias
se levantó y salió de la taberna. Después de caminar cien pasos las nauseas se
apoderaron de él.

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