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miércoles, 26 de septiembre de 2012

LA SUERTE TIENE DOS CARAS - episodio 4


4.

Fidias estaba aterrado. Su amo yacía muerto por una puñalada certera, y el asesino lo estaba mirando con la misma sonrisa que le había mostrado en la fuente hacía unos instantes.
–Es tu día de suerte, esclavo
La afirmación del asesino, que se estaba agachando para recoger la bolsa de su amo, lo desconcertó.
–En otras épocas se hubiera esperado que el esclavo siga la suerte del amo. Vete y di que el amo te pidió que lo dejes en privado conmigo, pero que no se te ocurra mencionar mi nombre. Sé donde vives.
Fidias tragó con esfuerzo y asintió. Sin decir una palabra, regresó al foro y se puso a atender a los clientes de su amo. Alguno le preguntó que ocurría y contestó que el amo le había ordenado regresar una vez que hubo encontrado al caballero que lo requería. Luego continuó respondiendo con evasivas mientras seguía  vertiendo vino en las copas de los clientes. Cuando éste se agotó aprovechó la excusa para desaparecer.
Al principio, puso proa hacia la casa de Léntulo, pero a mitad de camino se encontró con Nemesio, que lo llevó a un costado y le ordenó que lo acompañase. Deseó no ser un esclavo erudito, ya que sus conocimientos de poco servían para defenderse de la daga que empuñaba Nemesio. Deseó ser un gladiador, un hombre fuerte y viril, cualquier cosa menos él mismo.
De pronto se vio caminando por las calles del Subura, el barrio más pobre de la ciudad, y temió por su vida. Nemesio le ordenó entrar a una taberna. Allí buscaron una mesa apartada y ordenaron vino y pan pagados con una moneda sacada de la bolsa que había pertenecido a Léntulo.
Nemesio esperó a que la hija del tabernero se hubiese retirado, llenó las dos copas de madera y la alzó para hacer un brindis. –Por Júpiter y nuestra buena fortuna.
Las copas chocaron y bebieron. Nemesio cortó un pedazo de pan y se lo introdujo en la boca. –Este sí que es un buen pan, la harina está bien molida, la masa ha leudado bien, el horno no ha estado demasiado caliente. ¿En la casa de tu amo se come pan tan bueno como éste?
Fidias cortó un pedazo de pan y lo sostuvo entre sus manos. En efecto, era un pan excelente. –Sí, este es el tipo de pan que mi amo prefería.
–Pero que tú nunca probabas, salvo las sobras.
–El amo nos alimenta bien.
–Dime esclavo, ¿estabas huyendo?
–No, iba a la casa de mi amo.
–Porque si pretendes huir, sabré donde encontrarte. Ya deben haber encontrado el gordo cadáver de tu amo. Pronto podrían encontrarte a ti, con el cuello abierto y la bolsa vacía de tu amo colgando de tu cíngulo.
Fidias tomó un largo sorbo de vino para tomar coraje. –Sin embargo, creo que si estoy vivo es porque tienes otros planes para mí.
Nemesio miró al esclavo y le palmeó el brazo. –Muy bien, eres un siervo perspicaz. Sí, en efecto, los tengo. No maté al gordo por ciento cincuenta denarios. Lo maté por principios, porque él tuvo la culpa de que me haya tenido que dedicar a este negocio, ya sabes, el de asesinar y robar –hizo una pausa que aprovechó para beber un largo sorbo de vino –. ¿Sabes? Yo era un comerciante honesto. Le pedí dinero prestado a Léntulo y no pude pagar a tiempo. Me dejó sin nada. Lo que ocurrió allá fue un acto de justicia. Ahora, quiero mi revancha.
– ¿Y para mí que hay?
–Tu vida. Quizá, hasta tu libertad. ¿Necesitas algo más?
–Dos pasajes a África, y doscientos denarios.
– ¿Nada más?
–Con eso bastará.
Nemesio pensó dos segundos y apuró lo que quedaba en su copa. –Es razonable lo que pides –respondió. Se puso un pedazo gordo de pan y comenzó a masticar con la boca abierta. –Dime, ¿para quién será el segundo pasaje? Tienes cara de pederasta, ¿algún muchachito quizás?
–Eso no te incumbe.
–Es cierto, lo que me incumbe es el dinero que atesoraba Léntulo en su residencia. Lo quiero.
–Será tuyo. Esta noche.
Fidias se levantó y salió de la taberna. Después de caminar cien pasos las nauseas se apoderaron de él.

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