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martes, 14 de agosto de 2012

AGORAFOBIA SUBTERRÁNEA

Se levantó el paro de subte. Hoy, diez minutos después de las doce campanadas que mandaron a cenicienta a su casa montada en una calabaza, vi al vocero de los metro-delegados anunciar que el paro se había levantado de manera provisoria. Y yo que no quiero salir.

Les cuento lo que me imaginé. Hoy, después de 10 días de paro, al abrir las estaciones que permanecieron cerradas y a oscuras, encuentran a Benjamín Prieto. ¿Quién es Benjamín Prieto? Pues se los diré. Es un estudiante de medicina que salió de la facultad para tomar el último subte el viernes 3, hace once días. Estaba sólo en el andén cuando aparecieron tres tipos que lo encararon, lo golpearon, lo robaron y lo dejaron tirado más allá de la escalera que, en la punta del andén, baja hacia el túnel. Allí quedó durante varias horas, inconsciente. Cuando despertó, todo estaba oscuros.  No podía ver su mano a tres centímetros de su rostro. Le dolía la cabeza. Le habían quitado el celular, la billetera, la mochila. Sólo tenía un encendedor en el bolsillo de atrás. Con él, encontró el camino hasta el andén, para descubrir que no podía salir de él.

 Afuera tenía una madre, una novia, amigos. Los amigos no le dieron importancia a su desaparición. La novia fue a hablar con la madre y, juntas, fueron a la comisaría el sábado. Les dijeron que vuelvan el lunes, que era probable que hubiera decidido desconectarse de su vida por el fin de semana y que ya aparecería. El lunes volvieron a la comisaría con un abogado, el padre de la novia, y la causa se radicó en un juzgado de la ciudad.

Abajo, Benjamín había caminado por el túnel hasta la estación tribunales, donde sabía que había un kiosco. Lo hizo a oscuras, contando los pasos que daba para tratar de medir la distancia que caminaba. Quería, de modo desesperado, conseguir agua, algo que comer, una aspirina. Cada tanto, usaba el encendedor para despejar las tinieblas y tratar de identificar dónde estaba. Al llegar a la estación, subió por la escalera y comenzó a caminar por el andén usando las chispas del mechero para tener flashes de lo que tenía cerca. 

Se sintió muy frustrado al descubrir que todos los locales estaban cerrados con persianas. No obstante, intentó por todos los medios levantarlas. Entonces encontró un cesto de residuos junto a uno de los bancos y descubrió que estaba lleno de papeles. Tomó su mechero y lo encendió. Las llamas de medio metro de largo pronto proyectaron su luz sobre el andén y Benjamín se dio cuenta de que había un palo cerca de las escaleras. lo buscó rápidamente y comenzó a usarlo para golpear los vidrios de un local de lencería. Al romperlo, tomó varias prendas de lencería femenina, las metió dentro de una media y la anudó a la punta del palo. Antes de que se apagara el fuego del cesto, prendió la antorcha.

El kiosco estaba justo frente a él. Junto a él, un negocio que vendía cosas electrónicas. Entre ellas, linternas. Volvió al negocio de lencería en busca de algún objeto contundente. Al abrir los cajones, vio un paquete con tres galletitas de agua y se las comió. Se preguntó si no habría una botella con agua, gaseoso o cualquier cosa líquida. Nada. Sacó la caja registradora, lo único lo suficientemente pesado como para romper el candado, y corrió hasta el kiosco para tratar de vencer las defensas que los separaban de los víveres que  necesitaba de forma desesperada. Al noveno golpe, el candado cedió y la persiana subió, dejando al alcance de su mano los tesoros que ansiaba encontrar. Lo primero que hizo fue tomarse dos botellas de agua. Una tercera se la tiró encima para lavarse la cara. Luego abrió unos bizcochos y unas papas fritas y comió. Con cada bocado, se sentía mejor. Pero la luz de la antorcha estaba cediendo y tenía que hacer algo para garantizarse la luz.

Con sus energías renovadas, buscó la caja registradora y comenzó a trabajar sobre el candado del local que tenía las linternas. Esta vez le tomó ocho golpes en lugar de nueve. Entró, encontró las linternas y les puso pilas. Antes de que la antorcha se extinguiera, tenía asegurada la iluminación para los próximos días.

Se paró junto al andén e hizo algo que alguna vez había imaginado. Se bajó la cremallera y orinó. Entonces comenzó a debatirse entre quedarse allí, donde tenía agua y comida, o buscar una salida. Estaba cansado. Se recostó en el banco y se durmió.

El juez ordenó buscar a Benjamín en hospitales, centros de salud, morgues, descampados y a la vera de las vías ferroviarias. A nadie se le ocurrió ir a mirar bajo tierra. Benjamín se quedó diez días en la estación Tribunales. Para cuando lo encontraron, había enloquecido. Había cazado ratas y las había asado cuando los productos del subte ya no le resultaban satisfactorios para saciar su hambre. Había usado una de las puntas de los andenes como baño y se había convencido que el mundo había sido arrasado.

Lo que más afectó a Benjamín fue salir al aire libre. Entre cuatro hombres lo atajaron y un enfermero le puso un calmante inyectable. Cuando se durmió, lo llevaron directo al Hospital Borda para que le dieran tratamiento.

Por eso, hoy prefiero no bajar los escalones hacia el subte. Llueve y no tengo motivos para ir al centro, así que mejor me hago el que tengo un ataque de agorafobia y me quedo en casa.

Desde Buenos Aires, los abrazo. Brian.

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