Translate

domingo, 26 de agosto de 2012

TOCAR EL CIELO.


El día que me convertí en padre el cielo estaba como el de esta foto.

El 11 de julio de 1998 me desperté temprano. Mi mujer estaba en el baño. Miré el reloj despertador y vi que  marcaba las siete de la mañana. ¿Siete de la mañana en un sábado? No. Ya que estaba despierto, que mejor que ir al baño. Entonces mi esposa me dijo.

-Me parece que rompí bolsa -me dijo.

El parto lo esperábamos para el 16, pero saben como son estas cosas. Los bebés tienen sus propias ideas cuando se trata de nacer. 

-¿No se supone que es un enchastre?

Ahí me explicó que no siempre pasa eso que se rompe la bolsa y un aluvión cae por entre las piernas de la embarazada. A veces, apenas es un rasgón de un milímetro y empieza a caer por gotas.

-Pero no sé si rompí, en realidad.

-Si tenés dudas, vamos al hospital y listo.

Nos duchamos y salimos de casa para el Hospital Británico de Buenos Aires, que queda del otro lado de la ciudad. Siendo Sábado, el viaje fue bastante rápido.

En aquella época yo era el orgulloso titular de un Fiat Spazio TR, alias un 147. De un rojo intenso, era un automóvil muy confiable. Chiquito, ágil y veloz.

Nos subimos al vehículo con el bolso preparado y salimos de Núñez rumbo a Constitución. Al llegar al hospital, me dejaron pasar con el auto para que mi esposa caminara lo menos posible a la guardia y la dejé mientras iba a dejar el auto en el playón de estacionamiento que funciona del otro lado de la calle Pedriel. Despreocupado, dejé el bolso en el auto. 

Volví a la guardia, donde mi mujer ya había recibido instrucciones de subir al quinto piso, donde funciona la guardia de obstetricia. Allí nos recibió la Dra. Florencia Inciarte, entonces el médico residente de turno y me acusó de exageraro.

-Dejá que la reviso y se vuelven a casa. Hacerla salir tan temprano...

Entró con mi esposa al consultorio y yo me quedé sentado en un banco que había en el pasillo. Al cabo de unos minutos, salió con otro semblante.

-Trajiste el bolso, ¿no?

-Sí, está en el auto.

-Bueno, andá a buscarlo porque la vamos a internar. Mientras, te preparamos los papeles para que después hagas la admisión.

Bajé, subí con el bolso, bajé con los papeles, subí al cuarto, donde mi mujer ya estaba cambiada y metida en la cama. Era una habitación individual, bastante grande, con una cama grande, típica de hospital, un sofá que se hacía cama para mí, baño privado y televisión por cable. Una maravilla. Teníamos una ventana que daba al norte y desde esa altura se veía un paisaje bastante lindo. 

Avisamos por teléfono a familiares y amigos de que el parto era inminente. A eso de las 12 le trajeron el almuerzo, mientras que yo me fui a almorzar a eso de las 13.30. Más tarde le trajeron una merienda y a eso de las 19 la cena. Yo salí a buscar dónde comer algo a eso de las 20.30 y estuve de regreso a las 21.00.

Miramos tele todo el día mientras que esperábamos a que se desatara el parto, pero no pasaba nada. A eso de las 22.00, cansados y aburridos, apagamos la tele y nos fuimos a dormir.

23.00 hs. Estoy muy dormido, pero alguien me habla. Es mi mujer. Abro los ojos. Ella ya había prendido la luz del velador.

-Ya viene.

-¿Qué?

-Ya viene -me repitió señalando la panza. 

-Ah -respondí, muerto de sueño. Llamamos a la Doctora. Florencia, que me parece que estaba más dormida que yo, la revisó y me dio la tarea de medir las contracciones. Yo me senté juntó a la cama, apoyé mi mando sobre la panza y traté de contar los minutos entre contracción y contracción. Pero tenía demasiado sueño, era imposible. Volvió la Doctora y me preguntó como iban.

-No sé, no puedo acordarme a que hora arranca, no sé cuando termina. 

La Doctora puso cara de ¡qué desastre! y salió de la habitación. Un par de minutos luego llegó con un monitor fetal que registraba en papel el lapso entre contracción y contracción. Dormido como estaba, me pregunté para qué confiar en un idiota como yo cuando hay máquinas que hacen el trabajo con una precisión imposible de reproducir con "apoyá la mano y fijate cuanto tiempo dura".

En fin. A eso de la 1.30 mi mujer ya estaba muy incómoda, así que se la llevaron a la sala de parto para ponerle la peridural. Me dijeron que espere afuera que después me iban a dar la ropa para que pudiera cambiarme y pasar. Ahí me quedé, solo, esperando. Y en esas dos horas que caminé frente a la puerta de la sala de parto me terminé de despertar. A las 3.30 una enfermera me hizo pasar a un cuarto, me dio la ropa para quirófano y me dio las instrucciones de como colocármela. Me quedé en ese cuartito otra media hora hasta que la misma enfermera me permitió entrar.

La sala de parto era una habitación rectangular de unos cuatro metros de ancho por seis de largo. Apenas se entraba, se veía la camilla donde estaba mi mujer, que estaba separada un metro de la pared de atrás y tres de la de adelante, que en realidad era un enorme ventanal que nos mostraba Buenos Aires de noche. Había mucha gente. Aparte de la Doctora Inciarte estaban el anestesista, otro obstetra de apellido Ouviña, la partera, el neonatólogo y media docena de enfermeras que iban y venían. A mí me pararon detrás y a la derecha de mi mujer para que no estorbara, porque como era padre primerizo tenían miedo de que me desmayara o algo así, cosa que, si me hubieran conocido, sabrían que jamás podría ocurrirme en una situación así. La verdad es que no veía nada y yo quería ver. 

La cuestión es que el parto venía bien pero lento y yo sentía que me estaba perdiendo parte de la película.

-¡Ya se ve la cabeza!

Donde, carajo, que no la veo. Y no la iba a ver, con el ángulo que tenía, era imposible. Entonces comencé a ver algo que se delizaba para afuera y a las 4.55 de la mañana la pequeña había nacido. La colocaron sobre el pecho de mi mujer y comenzó a gritar con tanta fuerza que pensé que iba a reventar los vidrios de los ventanales. Lloraba, lloraba y lloraba. Le di un beso a mi mujer y me fui con la niña a ver como la limpiaban y el neonatólogo le hacía el primer control en una habitación lindante al quirófano. Entonces comencé a ir y venir con novedades. Respira bien. Mide 49 cm. Pesa 3.660 kgrs. Eso, mientras mi a mujer le sacaban la placenta y la Dra Inciarte comenzaba a poner los puntos de la epiciotomía. Como me llamó la atención la aguja que utilizaba, me quedé unos minutos admirando su técnica de costura, algo que le llamó la atención a todos los presentes, porque los maridos no suelen tener estómago para esas cosas.

A la beba se la llevaron a la nursery para hacer lo que se hace en la nursery. Mi mujer lloraba. Yo le di otro beso. Eran casi las 6 de la mañana. Afuera ya se veía el cielo azul. No había una nube. 

Volvimos al cuarto y me acosté. Me quedé dormido de inmediato. Según dicen, mi hija gritaba como loca, las enfermeras y médicos desfilaron constantemente y yo roncaba. Desperté después de dos horas de descanso y vi a mi mujer con mi hija en brazos. La pequeña dormía. La grande tenía sus ojos llenos de felicidad. Esa foto fue como tocar el cielo con las manos.

Desde Buenos Aires, los abrazo. Brian.




No hay comentarios:

Publicar un comentario