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domingo, 5 de agosto de 2012

CHIQUITO PERO RENDIDOR

Escribir breve es un arte. Es saber decir mucho en unas pocas palabras. Uno a veces agarra una novela que tiene 780 páginas, se la pasa un par de semanas leyéndola y, al terminarla, piensa cuántos arboles fueron talados inútilmente para que un montón de palabras que estaban de más pudieran ser impresas.

Nunca he sido amigo de hacerle perder el tiempo a los lectores con descripciones interminables o con pensamientos que desvarían durante páginas que parecen reproducirse por mitosis. Ello nos lleva a comenzar a leer entre párrafos, seguros de que lo que salteamos en nuestra lectura no alterará nuestro conocimiento de la obra.

Claro, en un mundo donde el común de la gente juzga un libro por el peso de sus folios, ser breve es un defecto imperdonable. Como las novelas de la tarde, que podrían filmarse como obras perfectas en treinta capítulos, hay que meter suficiente relleno como para llegar a cubrir un año de emisiones cinco veces a la semana. Cinco por cincuenta y cuatro es igual a doscientos setenta. O nueve veces el total de los capítulos necesarios para que sea un producto excelente.

Los libros escritos por kilo son, a mi criterio, la comida chatarra de la literatura. No existe nada de malo con comerse uno de vez en cuando, pero si uno se excede, el cerebro empieza a sufrir de obesidad literaria.

A la hora de elegir qué leer, soy complicado. Mi presupuesto para invertir en libros no es abultado y a ello tengo que agregar que no soy el único que lee en casa. A mi esposa e hijas les gusta leer también, por lo que al ir a la librería hay que pensar en al menos cinco títulos para que todos nos quedemos satisfechos. Por eso, al momento de elegir tengo que ser muy selectivo.

Por suerte, siempre hay amigos que prestan libros, algo que repudio, a menos que me los presten a mí. En ese caso, soy menos quisquilloso en cuanto a los autores y títulos que leo. Dicho de otro modo, a caballo regalado, no se le miran los dientes. He leído uno de los grandes bodrios escritos por kilo gracias a un amigo. Lo que más recuerdo es cuanto me costaba llevarlo a cuestas cada mañana en el subte, lugar predilecto de lectura. Ese libro, del cual no daré nombre ni autor, me grarantizaba tres estaciones de lectura y cinco de siesta cada mañana. Tardé cuatro meses en terminarlo, no por lo largo, sino por lo aburrido.

Otro tanto me pasó con una novela de un premio nobel, de la cual nunca pude pasar de la página cinco. Lo dejaba y al mes lo agarraba otra vez, más por no tener otra cosa que por mis deseos de leerlo, pero el peso de sus palabras era demasiado para mí y abandonaba. Por eso, no me dejo llevar por nombres ni por críticas, ya que la mayor parte de ellas están pagas. Me guío por lo que dice la primera página de la novela. Si después de leerla, me dan ganas de seguir leyendo, es posible que compre.

Chiquito pero rendidor. Supongo que pensaron que iba a hablar de otra cosa. Desde Buenos Aires, los abrazo. Brian.

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